Opinión

Tarta Sacher granadina

Juan José Plasencia Peña

Domingo, 26 de mayo 2024, 23:09

Hace mucho tiempo que la tarta Sacher se puso de moda en Granada. Tomarla, en desayuno, merienda o incluso sobremesa, casi se ha transformado en ... costumbre. Quiero creer que la gran mayoría de los establecimientos que la sirven ofrecen a sus clientes el pastel original, elaborado y enviado a gran parte de Europa y del mundo por el célebre hotel Sacher de Viena, que da nombre a la tarta. Sin embargo, las respuestas que me han dado en algunos sitios, cuando he preguntado acerca de su autenticidad, me hacen dudar de lo anterior. En una cafetería de Bib Rambla me contestaron en cierta ocasión: «La hacen en (…), pero está más buena que la de Viena» (que no digo yo que no sea verdad). En otra, esta vez cerca de Puerta Real, me dijo la encargada: «Aquí no somos tan finos, estamos en Graná». Y en cierta pastelería del barrio de Alminares, el dueño, con algún temor, me pidió: «Por favor, no comente usted nada sobre la tarta, no vaya a ser que me denuncien por plagio».

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Como muchas de las exquisiteces de la Ciudad Imperial (porque Viena es, de forma tan indiscutida como indiscutible, la Ciudad Imperial por antonomasia, y, si alguien que ahora me lee lo pone siquiera en duda, doy por seguro que nunca ha disfrutado de sus conciertos, ambiente o monumentos), y no sólo en lo que atañe a la gastronomía, la tarta Sacher fue creada con motivo, o quizás como secuela, del Congreso de Viena de 1815, que también, y en cierto modo relacionado con lo mismo, fue causa y punto de partida de la tradicional rivalidad entre Viena y París por la etiqueta del summum, epicentro y paradigma de la excelencia, el refinamiento y la elegancia.

Respecto a esto, conviene recordar un poco la historia europea. Napoleón, que había convertido a París en la capital de su imperio y, por ende, en la más excelsa ciudad de toda Europa, había caído. Como consecuencia, los emperadores y reyes absolutistas (o, en algunos casos, sus representantes) que, con su victoria sobre Bonaparte, habían recuperado un inmenso poder y querían repartirse Europa de forma consecuente a sus intereses, se reunieron en Viena, siendo su anfitrión el emperador Francisco I. El barón von Metternich, mano derecha del emperador, canciller de Austria y organizador del congreso, se empeñó muchísimo en que Viena brillase, mucho más que antes lo había hecho París, hasta en los detalles que pudieran parecer más nimios.

Todos estos planes tenían una fuerte carga ideológica: París había sido la capital de Napoleón, que no era de sangre real sino un advenedizo y antiguo revolucionario, y tales circunstancias tenían que reflejarse en el hecho incontestable de que la capital francesa nunca jamás podría estar a la altura de Viena, que, en aquella coyuntura histórica, se había convertido en la auténtica sede de los imperios y monarquías legítimas, la capital de los reyes y emperadores de verdad.

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Hace unos años tuvo bastante repercusión en Austria la sentencia que ponía fin a un largo pleito por la autoría original de la tarta, en la cual la Justicia daba la razón al hotel Sacher contra una prestigiosa, conocida y muy céntrica pastelería de la que no recuerdo el nombre pero sí que ostenta algo que sólo comparten los comercios y establecimientos más exclusivos del país alpino, como es sin duda el sello K.u.K., esto es, Kaiser und König, emperador y rey, que los distingue por su condición de antiguos proveedores de la casa imperial. Ahora, después del pleito, en aquel país sólo sirven la tarta Sacher los dos hoteles de la misma cadena, ambos muy lujosos, uno en la capital y otro en Salzburgo. Sobre todo en el de Viena, siempre existe una mediana cola de turistas esperando poder ocupar una mesa –si es posible, bajo o junto al retrato de la emperatriz Sisi– para así disfrutar la tarta en la cafetería del hotel, la cual, por otra parte, es la número 2 en la que podríamos llamar jerarquía de los cafés vieneses, tan característicos de Austria y en especial de su capital, sólo por detrás del más prestigioso de todos, y donde la cola para entrar es más larga, el famosísimo Café Central.

Espero y deseo, desde mi obligada humildad como un menos que modesto aprendiz de historiador, haber contribuido con este breve artículo a divulgar la historia y otras circunstancias que rodean a este riquísimo postre que, original o copia, tanto tiempo, y con tanta rotundidad, lleva triunfando en nuestra querida Granada.

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