Si alguna antigua alumna o alumno de la comarca de Huéscar, donde impartí clase durante mis últimos 25 años como enseñante de Historia, en el ... IES La Sagra, primero y, por último, en el IES Alquivira, lee este artículo, tengo por seguro que recordará que, cuando cada año me pedían opinión respecto al destino del mal llamado viaje de estudios para el alumnado de Bachillerato, yo siempre les recomendaba Austria, por su importantísima relación histórica con España.
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Si a alguna granadina o granadino de los varios grupos a los que he acompañado a Austria como guía informal, a lo largo de unos cuantos años, le llaman la atención estos párrafos, también se acordará que les he hablado de, y mostrado, los numerosos recuerdos de España en aquel maravilloso país («país como de cuento de hadas», me llegó a decir, en una ocasión, alguna de mis compañeras de viaje): la Escuela Española de Equitación en Viena (sin duda, el más conocido); el monasterio de Kloisteneuburg, llamado también 'Escorial Austriaco' por su evidente y significativo simbolismo reivindicativo; el sarcófago del emperador Carlos VI en los Capuchinos de Viena, ornado con la corona del Reino de Castilla y relieves de Madrid, Barcelona y Zaragoza; esa misma corona castellana rematando una de las dos monumentales columnas que flanquean el pórtico de entrada a la bellísima iglesia de San Carlos Borromeo; la muy obvia (y buscada con toda intención) influencia de la arquitectura herreriana española en el palacio de Eggenberg, joya de la elegante ciudad universitaria de Graz; el retrato del emperador Carlos VI que, ataviado con la capa española, preside una de las salas principales de la ciudad palatina de Schönbrunn y el llamado 'Comedor Español', en el mismo recinto; las tumbas de nobles españoles en la cripta de la impresionante iglesia de San Miguel, situada frente a la Hofburg o palacio de invierno de Viena,… y tantos otros.
Y es que la relación histórica Austria-España fue importantísima y sin duda de enorme transcendencia para la historia de ambas naciones, como ha mostrado en sus investigaciones (por citar sólo a un especialista de tan reconocido prestigio como indiscutida autoridad en la materia) el profesor Friedrich Edelmayer, catedrático del Instituto de Historia de la Universidad de Viena que, a lo largo de bastantes años, ha impartido cursos y dirigido tesis doctorales en nuestra Universidad de Granada, destacando quizás entre todo ello su máster sobre la monarquía austro-española. El vínculo entre ambos países fue sin duda una de las claves de los reyes y emperadores Habsburgo, desde Felipe el Hermoso, enterrado en nuestra Capilla Real, a Carlos V, que pasó su luna de miel en nuestra Alhambra y para cuyo deseado retorno a Granada fue erigido el palacio que hoy lleva su nombre. No olvidemos que, en la época en la que España era cabeza de un gran Imperio, la familia real era de origen austriaco. Por supuesto, esto tuvo enorme repercusión no sólo en la alta política, sino también en el arte, la cultura y hasta las costumbres cotidianas, sobre todo en el caso de los grupos sociales más privilegiados, que se impregnaron de un cierto austriacismo.
Pero no es sólo eso. Después de 1713, cuando la familia Habsburgo y su partido acabaron derrotados en la Guerra de Sucesión Española y la Casa de Austria fue sustituida en el trono de nuestro país, por cierto de forma tan brutal como ilegal e ilegítima, a tenor de todos los parámetros de la época, por la despótica dinastía borbónica, la reivindicación de la corona española por parte del emperador Carlos VI y sus sucesores siguió vigente hasta casi nuestros días. He ahí, en parte, el sentido del apoyo internacional de Viena a la causa carlista a lo largo de buena parte del siglo XIX y lo que explica el matrimonio de Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo tras la muerte casi repentina de la primera esposa del rey en 1878. O, ya a mediados del siglo XX, las conversaciones mantenidas entre el general Franco y el archiduque austriaco Otto de Habsburgo, sobre el que se llegó a especular como futuro Rey de España después de que el dictador hiciera aprobar, con rango de Ley Fundamental (esto es, integrada en la Leyes Fundamentales del Reino, especie de pseudo-constitución franquista), la llamada Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, en 1947. Mientras, en gran parte de España, en particular Cataluña y Valencia, se seguía manteniendo lo que Ernest Lluch, en su interesantísimo y todavía muy vigente libro 'Las Españas vencidas del siglo XVIII', llamó Austriacismo Persistente, o recuerdo idealizado de la monarquía austriaca. Nostalgia de la Casa de Austria que sus mezquinos enemigos, los reyes Borbones, con su torpe y contraproducente política, en la que de continuo la represión más extrema sirvió de instrumento al centralismo más intransigente, consiguieron avivar, alentando de esta manera justo aquello que con tanto ahínco se habían propuesto erradicar.
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Y, cuando alguna o alguno de entre mis alumnas y alumnos expresaba sus dudas respecto a la extraordinaria importancia de la influencia austriaca en la historia española, yo acostumbraba a preguntarle por el nombre del personaje más simbólico, a la vez que héroe por antonomasia, del Imperio Español. «Pues… –terminaban por responderme–, Don Juan de Austria».
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