Lo hemos podido ver, un ser despreciable con un puro en la boca, con la bandera preconstitucional en las manos, con la desvergüenza fuera de ... todo sentido común, agarra y pellizca los pechos de dos mujeres que están manifestándose en la calle con el torso desnudo. Las cámaras son testigos, otras gentes también, todo el país o estado o nación lo ha podido ver. Ellas tienen que denunciar, de lo contrario no pasa nada. El medio centenar de mujeres muertas cada año en este estado, nación, patria o país no pueden ya denunciar. Están muertas, sus carnes han sido violentadas por las manos asesinas de sus compañeros, amantes, esposos. Ya están enterradas o incineradas. Antes se lo dieron todo y ellos le quitaron la vida, las asesinaron –esta palabra les cuesta a algunos pronunciarla y las cambian por insultantes expresiones–. Aquí todas y todos tenemos el mismo derecho a la vida, pero en estos momentos aquellos que ofrecen la muerte para sus compañeras parecen estar un poco más respaldados por quienes quieren confundir las cosas, por quienes pretenden justificarse o taparse con la sangre de ellas. Y se dicen frases insidiosas, algunas expresiones que atentan contra la inteligencia humana. Pero parece no pasar nada. El año que viene volverán a morir otras tantas y algunos de sus hijos. Y saldrán los abanderados de la libertad a decir que ellas también matan a sus compañeros y que además mienten y manipulan. E incluso se vociferarán consignas que justifican estos asesinatos con altavoces y serán aplaudidos por los descerebrados que no ven más allá de sus genitales e intereses. Un año más, medio centenar más. ¿Hasta cuándo?
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