Dice mi amigo Manolo Ruiz que «los padres de ahora no quieren subir al cementerio a los hijos para llevar flores a sus abuelos porque ... se traumatizan y es horrible... Yo me tiré muchísimos años subiendo todos los domingos al cementerio por la muerte de mi hermana Encarnita con 3 años. Fueron todos los domingos de mi infancia con recompensa en el quiosco de la Alhambra con un azucarillo. Mi hermana estaba con el Señor y era muy feliz. ¡Qué padres los de antes! Hoy los niños no suben al cementerio, se les producen traumas..., pero luego los disfrazan con caretas sangrientas, cuchillos punzantes, sangre por doquier, heridas y vendas como si vinieran de la guerra... ¡Qué maravilla la sangre fluyendo sobre cuerpos maltratados! ¡Qué fiesta sanguinolenta más divertida! Y aquí los niños no se traumatizan porque hay truco, pero desconociendo lo que encierra la muerte de un familiar querido. Desprecio a todos aquellos que olvidan sus costumbres y raíces para adoptar tonterías –usa otro término– que no tienen nada que ver con nuestras tradiciones».
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Y es que ahora echamos la vida protegiendo tanto a los hijos que los despegamos de la realidad sobre la que vivirán el resto de sus vidas. La muerte antes estaba en la vida, después en las películas del oeste, luego pasó a las series de ciencia ficción y ahora se queda en los disfraces y en juegos de rol.
Mientras, nuestros cementerios están estos días llenos de flores llevadas por los mayores y es difícil que los descendientes de estos usuarios conozcan, tomen conciencia, perciban, adquieran la realidad de esta parte de la vida. Pronto las empresas contratarán el mantenimiento durante un periodo determinado. Después, el olvido.
Habrá App que sustituyan estas costumbres dejando las conciencias tranquilas.
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