Los vagabundos y la nada

En el pasadizo a Puerta Real donde feliz gozo de domicilio, duermen/viven unos tres vagabundos. Con lo que mucho me dan a cavilar...

Juan Antonio Ruescas

Miércoles, 30 de julio 2025, 22:44

No sé si es muy de saber que el famoso novelista Pío Baroja durante diez años escribió veinte tomos de vagabundez o vagabundaje. En el ... pasadizo a Puerta Real donde feliz gozo de domicilio, duermen/viven unos tres vagabundos. Con lo que mucho me dan a cavilar. Entre los plurimos modos de considerar o definir a semejantes míseros humanos, tal vez positivamente, yo diría para mi caletre que son «los sin nada»: unas mantas, una especie de edredón y «nada» más. No tienen nada, son ciudadanos de la nada…

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Mas, se diría con no poca ironía, si no tienen más que nada, ya es algo tener, tienen nada. Y ¡ah, mistérico «objeto»! conturbador sentido el de la nada, con el que los científicos mismos apenas pueden habérselas. En efecto, hemos dicho «objeto», y sin embargo creemos o sabemos, que no, precisamente no es ningún objeto. Se afirmará que es el resultado de la más universal y completa negación, que, efectivamente, no nos queda a salvo tras esa negación, absolutamente «nada».

Y me tengo que ir a la Biblia. En el Génesis y algún otro pasaje posterior se habla literalmente de la nada como precedencia a toda divina creación, encontrando, por otra parte, que ese término, ese ¿concepto? bíblico, como ajeno en toda otra sabiduría, se introduce nuevo en el organum troncal greco-occidental. Mas en una acurada observación caemos en la cuenta de que si muy bien se aplica en la línea de lo divino creacional, no así también en lo puramente lógico-intelectual. Pues, claro, si toda acción intelectiva incide, recae en un «objeto», sea de la especie que fuere, ¿qué inteligibilidad cabe en atención a la nada, la carente absoluta de todo objeto?

Sin duda, indefectiblemente todo argumentar o proceder mental depende del jaez humano, de la personalidad que cada quisque conlleve. Y, desde luego, quien crea a pies juntillas en la creación desde la nada, en un antes de todo lo existente, ninguna argumentación más le será menester. Pero incluso quienes comporten una mentalidad de rigor lógico, tal vez filosófico al uso, se aferrarán a la necesidad para ellos imperiosa de un cierto «ámbito» extra cósmico ignorado, es decir, que alguna «nada» hay que postular fuera o aparte de «lo que hay». Y, efectivamente, resulta muy difícil atenerse a, contar sólo con, la universal realidad sin un basamento o «hábitat» de su existir. ¿Parecerá, en fin, tan válido el antiguo cantar del pueblo llano y piadoso, «No hay reloj sin relojero, no hay mundo sin Creador…?».

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En definitiva, insistiendo nos iremos a los científicos, y muy inocentemente les plantearemos tal bíblica nada. Nos topamos con Leibniz que muy radical ya pregunta por haber cosas en vez de nada –plutôt que rien–. Pregunta también científica por causalidad última. Y la ciencia ya clásica que profesa un principio o surgimiento de lo existente, de toda realidad al alcance nuestro conociente, un big-bang u otros posibles fenómenos explicativos. No hubo un antes si «allí» nació el tiempo y obviamente todo espacio en creciente expansión. ¿Y si así el tal universo, el cosmos total, fuera infinito, en esos dos vectores de tiempo y espacio? Más, hasta dar por aceptable hablar de lo que no es determinado al fin como realidad «actuable» –pero lo trágico «por ahora» es que para lo humano no haya infinitud terrenal, si bien celestial fuera de la ciencia en la fe–. En fin, el saber último, o científico a quien consulto, parece que, batiéndose en retirada, se atienen ya al neto y desnudo término que pregunta, sin nada concluyente o apodíctico…, a la mera cuestión de palabra, ¿«nada»…?

Acaso bellamente, Pío Baroja con su lapsa pero vivaz prosa nos diera alguna razón válida con ensalzar y propugnar extensamente el nádico vagabundismo ¿positivo? del nada importar ni tener ni desear ni esperar… Un muy notorio autor de lúcido comentario escribe: «Mirada desde sus resultados, la vida vagabunda e inadaptada es una cantidad negativa. Pero mírese a ella misma, al movimiento interior del espíritu indócil, inquieto, arisco, tan exigente, que no se deja modelar por las imposiciones del medio, que prefiere ser fiel a su individual destino aunque esto le cueste renunciar al triunfo en la sociedad».

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¿Será un aburguesado, erróneo talante el estar inquiriendo en plácida intelectualidad las sutilezas del ser y la nada? Muy lindo humanismo el de intelectualizar y no mirar la «positiva» extravagancia del espíritu vagabundo. Dejemos, ni gemebundos ni rientes, en austera y patética poesía con Pío Baroja, el rugoso asunto de la nada.

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