Para los españoles de cierta edad, repasar los escandalosos años de los desgobiernos de Pedro Sánchez desde la perspectiva democrática puede provocar vahídos y hasta ... vértigo. A quienes la vida ha dado la oportunidad y el regalo de vivir y poder comparar diversas e importantes etapas político-constitucionales de España, sorprende la especial figura del nombrado dirigente, de inencasillable tipología política, por más que convencionalmente se considere que es socialista, cuando en puridad no lo es, por lo menos en su acepción tradicional.
Publicidad
Produce vértigo lo que dice y hace este mandatario en nuestros días. Pareciere que o bien desconoce la terrible e incivil historia política española de los años treinta del pasado siglo, cuando una conflictiva y lesiva polarización se adueñó de la sociedad española y de la dirección del Estado conduciendo a los españoles al peor de los escenarios, una Guerra Civil inmisericorde, o bien no le importa ese riesgo.
Empero el impar proceder de este líder español de nuestros días –que, afortunadamente para él, por su edad, no ha padecido restricción alguna de sus libertades– llama poderosamente la atención. Sobre todo estando por medio la gran operación reconciliadora de la Transición a la Democracia. En efecto, Sánchez nació en 1972. ¿Qué rescoldos ideológicos antifranquistas puede tener una persona que creció en libertad, que al llegar a la mayoría de edad pudo votar a quien quiso, que militó en el partido que eligió -incluso pudo fundar otro- y que ha alcanzado el honor de dirigir el Gobierno de una nación como la española, aunque esto último Sánchez no lo valore debidamente, visto lo visto? Por el contrario, pareciere que somos los ciudadanos los que debemos estarle agradecidos y rendirle pleitesía.
¿Cómo es posible que no reflexione, que no tenga presente el delicado precedente político español de los fatídicos años 30 del pasado siglo, estudiado en sesudas y documentadas páginas de historiadores de prestigio –como Stanley G. Payne, 'En defensa de España', 2022, pp. 163 y ss.–, cuando este insigne maestro afirma que la creación del llamado Frente Popular (1936) tuvo la concreta intención: «de convertir la República en un régimen exclusivamente de izquierdas que anulara totalmente la influencia y la actividad del centro y las derechas» (id., p. 165)? ¿Nos recuerda algo esta opinión? ¿Cómo es posible que todavía hoy la izquierda española continúe afirmando hasta la saciedad la «legitimidad» de un Gobierno «elegido democráticamente», el salido de las elecciones de Febrero de 1936, cuando se tienen pruebas del fraude cometido en esos comicios (Álvarez Tardío y Villa García, '1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular', Madrid, 2017?
Publicidad
Y ¿cómo es posible que desde 2023 un presidente del Gobierno fomente la división ideológica entre españoles, incentive la polarización política, la erección de un muro político e ideológico –Sánchez dixit– que divide en dos el escenario político, y que al discrepante no se le tenga por adversario sino por enemigo, y, como a tal, se le excluya? Parece mentira que con los trágicos precedentes guerracivilistas con que, desgraciadamente, contamos los españoles y que, con estas temperaturas caniculares, regresan a la memoria, un gobernante de nuestros días no sea prudente, no observe la sensatez exigible a un presidente del Gobierno. Por el contrario, éste promueve, otra vez en la Historia, la erosión de nuestra democracia, el bloquismo, la mutación clandestina de la Constitución, el desmantelamiento del Estado de Derecho, la pérdida de libertades y del respeto a la Ley y al Derecho.
Bastaría repensar la trágica experiencia de la República de 1931, con su aterradora consecuencia de la Guerra Civil y el polémico papel de las izquierdas durante ese período, para tentarse la ropa hoy, y, en lugar de buscar el enfrentamiento entre españoles –«el muro»–, desarrollar, por el contrario, una gobernanza de concordia, de escrupuloso cumplimiento de la Constitución, de sujeción a la Ley –la auténtica libertad–, de gobernar para todos sin acepción ideológica, bandería ni preferencias ideológicas, sofocando viejos rencores si persistieran, suturando viejas heridas y tratando a los españoles bajo los principios de libertad e igualdad. Lo contrario es de una irresponsabilidad que asusta. Y ese es el balance y el riesgo que corremos: el odio y el enfrentamiento. Ingredientes pésimos para la vida política e institucional española. Por eso no se entiende la inflexión, el discurso disoluto, la prepotencia y la arrogancia de este presidente del Gobierno que manifiesta una personalidad ególatra –como la de algunos dirigentes republicanos del 31, y así nos fue–. Alguien debería regalarle a Pedro Sánchez en estas vacaciones una Historia de la Segunda República, para que tome consciencia del grave error que supone sembrar el frentismo entre los españoles en lugar de la concordia.
Publicidad
* Profesor Titular de Derecho Administrativo, presidente del Foro para la Concordia Civil y miembro del Foro de Profesores.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión