Un cuarto de kilo

«Volver etéreo a lo sólido pintando un muro de blanco o haciendo desaparecer una cabaña en el bosque al revestirla de espejos»

José Moreno

Arquitecto

Viernes, 5 de diciembre 2025, 23:01

Hay arquitecturas que pesan un cuarto de kilo y otras que parecen cargar con toda la gravedad del planeta. Y, sin embargo, ambas pueden ocupar ... exactamente los mismos metros cúbicos. El peso en arquitectura –o mejor dicho, la sensación de peso– es uno de esos engaños sofisticados que manejamos sin darnos cuenta, una ilusión compartida entre materiales, geometría y ojos entrenados (o no). Porque, aunque parezca mentira, un muro puede pesar varias toneladas y aún así hacerte sentir que vuela.

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Están, por ejemplo, las arquitecturas que se asumen pesadas por vocación, casi orgullosas. El Museo de Arte Romano de Mérida, de Rafael Moneo, es una catedral de ladrillo que parece agarrarse al suelo como si hubiera brotado de él. O las viviendas de Peter Zumthor en Haldenstein, rocas domesticadas que reivindican el peso como dignidad, como arraigo. Son edificios que no necesitan aparentar ligereza porque su verdad está en la masa, en presencia profunda, en el espesor que no pide perdón sino que reivindica su sitio.

En el extremo contrario están las obras que deciden coquetear con la idea de flotar como el Pabellón de Barcelona de Mies van Der Rohe que, con un techo prácticamente ingrávido demuestra que la gravedad puede ser negociable si se trabaja con una precisión casi quirúrgica. O las burbujas de Sanaa que nos evocan la sutileza de la arquitectura tectónica a la vez que nos recuerdan a nuestros hijos haciendo pompas de jabón.

Y luego están los proyectos que juegan a confundirnos, edificios que, aun siendo un amasijo de hormigón y ladrillo, juegan al despiste para generar contradicciones. El ejemplo más perturbador, a la vez que evidente — y por supuesto, más fotografiado en excursiones de escuela de arquitectura— es la Casa da Música de OMA en Oporto: un poliedro gigante, mastodóntico y que parece haber salido de una película de Star Wars que da la sensación de que acaba de caer del cielo, posándose ligeramente justo antes de aplastar la plaza. Es curioso cómo un elemento tan masivo puede llegar a desprenderse de su condición de pesadez con gestos tan concretos como elevar su entrada principal para obligar a acceder a él mediante unas escaleras. Nuestro cerebro, de manera casi inmediata, lo conecta con experiencias pasadas similares como subir a un avión (otro elemento pesado que parece flotar por arte de magia).

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¿Cómo se consigue este ilusionismo arquitectónico? Pues con una gran cantidad de herramientas más sutiles de lo que parece. Aunque evidentemente las ideas y conceptos de partida ya pueden orientar el pensamiento hacia una pretensión determinada, cuestiones tan tangibles como el color o la materialidad, pueden conseguir volver etéreo a lo sólido simplemente pintando un muro de blanco o haciendo desaparecer una cabaña en el bosque al revestirla de espejos. Pero, sin lugar a dudas, la perspectiva es la madre de todas estas trampas, puede llegar a adelgazar un edificio o hacerlo monumental. A veces basta con esconder un apoyo o girar un plano para que el cerebro haga el resto.

La arquitectura, al final, siempre negocia con la gravedad, igual que nuestro cuerpo lidia con nuestro peso cada día. Hay edificios que son un pedazo de plomo y otros que parecen una nube pero, en la arquitectura, igual que en la vida, lo importante no es cuánto pesa algo, sino cómo te hace sentir tu propio peso.

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