La cerradura

Vacaciones

Empezó por no recordar el pin del teléfono. Cuando lo encendía, le bastaba con dudar un momento para equivocarse de número. Al principio, lo relacionaba ... con el estrés, por no haberse tomado unos días de descanso. «No puedo», pensaba. Quería mantenerse ocupado. Luego comenzó a dudar sobre lo que había hecho durante el día. Se levantaba por la noche desvelado para comprobar si eran correctas las cifras de las hojas de cálculo. También recurrió al calendario del ordenador para ponerse avisos sobre las tareas diarias y presentar en plazo las declaraciones de los clientes. Tenía sueños extraños, en los que aparecía y no aparecía él. No sabía si se trataba de recuerdos, fantasías o cosas que le habían ocurrido realmente. Pero esa sensación de extrañeza le acompañaba durante toda la jornada. Con sesenta años recién cumplidos, su vida era como una nebulosa, con amigos con los que no hablaba y una familia a la que no veía. ¿Fue un niño alguna vez? Tenía que tomarse unas vacaciones, descansar, tumbarse en la playa, dejar que su mente recordase, ordenase los acontecimientos y pusiera las cosas en su sitio. Lo hizo de un día para otro, sin avisar a nadie, ni siquiera a esa mujer que vivía con él.

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¿Sonia?, ¿Marta?, ¿María? Esperó a que ella saliera de casa e hizo la maleta. Se subió en el coche y se dirigió a la costa. No había reservado ningún hotel, pero pensó que habría alguna habitación, a pesar de las fechas. Y tenía dinero. O lo tenía Manuel Fernández, el nombre que aparecía en las tarjetas de crédito. No tuvo suerte en el Hotel Salobreña, que le traía imágenes que no lograba identificar, pero encontró un hostal agradable en el pueblo. Se instaló, se puso una camiseta, el bañador y las chanclas, dejó el móvil en la habitación y, por el camino al paseo marítimo, compró un esterillo. Casi eran las doce del mediodía, pero había una ligera brisa y, cerca de la orilla, no hacía calor. Encontró un hueco entre las sombrillas y toallas, extendió el esterillo y se tumbó. Casi inmediatamente, se quedó dormido. Un sueño pesado, con fondo negro, donde fueron apareciendo y reordenándose lugares, personas, sucesos, lo que le había pasado y lo que había conocido. Se despertó sudando, con el cuerpo achicharrado por el sol. Tambaleándose, logró llegar a la orilla y sumergirse en el agua. Aguantó la respiración cuanto pudo, sintiendo que se limpiaba. Cuando emergió a la superficie, no sabía quién era ni dónde se encontraba.

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