La cerradura

Objetos

Empezó comprando 'chuminaícas' por AliExpress. Le hacía gracia la expresión 'chuminaícas', que usaba Carmen. Y la verdad es que no solían costarle más de dos ... euros. Cada semana esperaba con impaciencia el paquete que le traería un nuevo soporte para móvil, unas gafas plegables, un monedero, un lápiz eterno, un llavero, cosas así. La mayoría no las utilizaba, pero era insustituible el momento en que el mensajero tocaba a la puerta de su casa y le daba un paquete cuidadosamente envuelto. También había empezado a guardar los envoltorios en el armario.

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Se los imaginaba como una gran familia emigrante que se contaba el viaje que había hecho desde China hasta ese diminuto pueblo de Granada. Resultaba un acontecimiento ver llegar la furgoneta de reparto y que aparcase en la puerta de la casa. No tenía apenas espacio para meter las cajas de lápices de colores, las maletas plegables, las fundas de tabletas que no tenía, la colección de pipas que cogía solo por el gusto de sostenerlas en la mano y darles un par de caladas imaginarias.

Carmen –su mujer había muerto hacía cinco años, más o menos la fecha en que había empezado a comprar compulsivamente– se le aparecía en el salón subida en la mesa –no había otro sitio para ponerse de pie– y le decía: «Ramón, ¿quieres dejar de comprar 'chuminaicas'?». Pero bastaba que Carmen se lo dijera para que él sacase el móvil y abriese la aplicación de AliExpress, su más grata compañía. Sin embargo, a Ramón le gustaba ir al supermercado, la única tienda que quedaba abierta en el pueblo. Era su paseo diario. Y aunque ya le cansase hasta decir 'buenos días', se obligaba a salir y comprar un bocado para acompañar el café.

Carmen seguía mirándolo desde encima de la mesa, así que Ramón abrió la aplicación y buscó una rosa roja de plástico. Le dio al botón donde seleccionaba la cantidad una, dos, tres veces, mientras Carmen le miraba con esa expresión irónica que tanto le gustaba. Cuatro, cinco, seis… diez rosas de plástico. ¿Tendría suficiente dinero en la cuenta corriente? Miró alrededor. ¿Dónde iba a poner las flores? Seguía pulsando el botón, once, doce... Sentía que se le aceleraba el corazón, los latidos en su cabeza se acompasaban al ritmo con que pulsaba el botón. Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres… Los objetos que había acumulado empezaron a cobrar vida. Cuarenta y siete, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve... Al llegar a cincuenta los latidos cesaron, y el móvil explotó.

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