¿Por qué me avisas si picarme quieres?

José María Guadalpue

Lunes, 18 de agosto 2025, 21:58

Me levanté de la cama con cierta picazón en la espalda, en un lugar donde difícilmente llega la izquierda o la derecha –me refiero a ... la mano que rasca y alivia el picor– salvo que tengamos al lado algún alma caritativa que te friccione en ese lugar exacto durante el tiempo necesario para calmar la desazón. En verano, hay que convivir con los mosquitos.

Publicidad

Me he ilustrado estos días sobre estos insectos verdaderamente molestos o, en román paladino, un auténtico coñazo. Y he conocido algo interesante sobre ellos. Espero que no me llame alguien antifeminista pero son las mosquitas las que nos pican y nos chupan la sangre. El mosquito no pica, se dedica al fornicio, y ellas a picar, chupar y procrear depositando los huevos en estanques donde las larvas se desarrollan felizmente.

Con la llegada del verano no faltan en los hogares insecticidas o repelentes naturales para ahuyentar a este insecto que no por diminuto es menos peligroso –como es sabido– si la mosquita está infectada con el virus del Nilo, el dengue, la malaria o el chikungunya. Los animalistas desconozco si tienen una relación afectiva con estos bichos. De ser así, pueden disfrutar de ellos en este mes vacacional en Huelva y sus entornos que por allí se crían, macho y hembra, bastante hermosos. Francisco de Quevedo les dedicó un poema que viene al pelo: «Ministril de las ronchas y picadas / mosquitón postillón. Mosca barbero / hecho me tienes el testuz harnero / y deshecha la cara a manotadas». Y Quevedo la define con acierto en este terceto: «¿Por qué me avisas si picarme quieres? / que pues quedar dolor a los que cantas / de Casta y condición de potros eres».

Aún me pica la última mosquita, supongo que será ella, la misma, porque conoce el lugar, conoce el sitio o se lo habrá enseñado a las procreadas. Se me ha terminado el insecticida de tanto usarlo, como el amor.

Publicidad

Mañana iré al supermercado y compraré munición suficiente. Sin intención de matarlas, líbreme Dios, solo ahuyentarlas. No puedo dormir con ese aleteo absurdo y repetitivo de helicóptero animal y ese aguijón clavado de la arpía mosquita que chupa mi sangre hasta saciarse dónde más les gusta, cuando consigo adentrarme en el descanso intermitente del estío.

Aristóteles creía que los mosquitos surgían del lodo, del barro, del fango… ¿Les suena? El famoso filósofo griego y naturalista griego se fue a la eternidad sin saber que, en verdad, eran ovíparos estos asquerosos insectos; que surgían de la promiscua vida y se desarrollaban en las aguas estancadas. Lo que queda por investigar a los biólogos es quién disfruta más si el mosquito fornicante o la mosquita que chupa hasta el hartazgo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad