Pepe 'El Tomillero' avanza una semana más entre dudas y por eso corre a ponerse las gafas de la claridad con las que intentar ver ... la realidad para después contarla. Cada vez es cierto que lo tiene más complicado, especialmente desde que está obligado a navegar en esos mares políticos de aguas mentirosas en los que, en medio de la tempestad, se lanzan bulos a modo de salvavidas en una especie de ¡sálvese el que pueda! En ese mar revuelto, ha ido mutando de espectador ingenuo a incrédulo profesional.
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Su camino hacia la incredulidad empezó mucho antes de que existiesen las redes sociales y los titulares escandalosos, y lo ha mantenido deteniéndose brevemente es un Parlamento donde, sin rubor, alguien se atrevió a sentenciar hace poco que «la mentira no es delito». A Pepe se le quedó clavada la frase como una espina en la garganta. Entendió que las palabras ya no son compromiso, sino munición; que lo dicho por la mañana podía ser negado por la tarde siempre y se prometió a sí mismo seguir no creyendo en lo que escucha… sino en lo que ve con sus gafas.
En un repaso de los últimos acontecimientos, con mentiras de récord, como las de Mazón y su entorno; a fuerza de ver cómo cada rectificación se vende como matiz, cómo cada giro de 180 grados se rebautiza como adaptación a la realidad, dejó de buscar coherencia y empezó a contar incoherencias como quien cuenta chistes malos en la barra del bar. Pero si las palabras de los políticos le afinaron la desconfianza, ha sido el mundo de los tribunales el que la ha consolidado. El juicio al fiscal general ha sido la constatación de que la justicia también se interpreta como si fuera una obra de teatro. Las interpretaciones judiciales, además, han ido enseñándole que la verdad jurídica es un animal esquivo que cambia de forma según el sitio desde donde se mire. En una sala, una frase es libertad de expresión; en otra, es delito de odio. En un territorio, una protesta es desobediencia civil; en otro, sedición a todo color. Lo que para unos es un inocente exceso retórico, para otros merece portadas indignadas y tertulias inflamadas. Y Pepe, que no tiene toga, pero sí memoria, va acumulando sentencias y autos en su cuaderno mental, comprobando cómo la geometría de la ley se vuelve variable cuando entra la política por la puerta de la sala.
En ese contexto, no es raro que haya terminado convirtiéndose en un descreído vocacional. No se trata de cinismo puro, sino de autodefensa. De ahí que, cada vez que se pone las gafas de la claridad, no busque certezas absolutas, sino contradicciones útiles. La frase, «la única forma de acercarse a la verdad es aceptar que nadie la posee entera», atribuida a veces al filósofo estoico romano Séneca, y otras a Albert Einstein, lo conduce a no creer en los salvavidas de bulo que se lanzan en plena tempestad y a preferir la incómoda flotabilidad de los datos.
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Como la credulidad es un lujo que no se puede permitir, recomienda encarecidamente ponerse las gafas de la claridad ya que, en estos mares políticos de aguas mentirosas, o se afina la vista o se acaba confundido socialmente con quienes lanzan bulos. Y hay un MAR -con mayúsculas- repleto de mentiras, falsedades, calumnias, embustes, invenciones, trolas y cualquier otro sinónimo que recuerden o se les ocurra.
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