¿Por qué tienes miedo?
«El combate más arduo no es contra enemigos externos, sino contra la desconfianza que nos susurra que Dios duerme»
¿En alguna ocasión han sentido o escuchado este susurro en su vida?: «¿Por qué sigues luchando? No hay sentido, solo cansancio. Es más, ese ... silencio que sientes no es calma: es la prueba de que a nadie le importas. Lo que llamas esperanza es autoengaño; mejor despierta y acepta que estás solo. Y cuanto antes lo asumas, te darás cuenta de que la mejor opción es quedarte quieto sin esperar nada. Así que confía en tu fuerza, en ti mismo, porque nadie más vendrá a salvarte…».
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No se preocupen, porque no están locos. Es normal que con estas u otras artimañas el enemigo con mayúscula haya intentado apartarles del Padre eterno. Y es que el combate más arduo que tendremos a lo largo de nuestra historia personal no es ni será contra enemigos externos, sino contra la desconfianza que nos susurra que Dios duerme. Es decir, que estamos solos en esta vida.
Esta prueba existencial la vivieron los discípulos en varias ocasiones, mientras acompañaban al maestro de Nazaret. Pero hubo un momento concreto en el que esta tentación adquirió forma de tormenta visible y tangible, donde la fe misma se puso a prueba. Me refiero al conocido pasaje de 'La tempestad calmada'.
En aquel entonces, Jesús invitó a sus discípulos a «pasar a la otra orilla», atravesando el lago de Genesaret a bordo de una barcaza. Esa invitación no hace alusión a pasar de un punto A a un punto B, sino que se trata de una invitación para salir de nosotros mismos a lo desconocido, tal y como lo interpretaron san Agustín u Orígenes. ¿Por qué? Vamos a verlo.
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La barca, según san Jerónimo o san Ambrosio, simboliza a la Iglesia atravesando el mar de la vida. Pero san Agustín y Orígenes lo interpretaron como el corazón del ser humano en el Cristo que quiere morar. De ahí que la tempestad de turbaciones y dificultades golpee nuestra vida con la intención de ahogarnos en el miedo. Siguiendo el relato de san Marcos, los discípulos temían por su vida durante la tormenta. Hacían lo posible por mantenerse a flote. Y cuando la batalla parecía perdida, se dirigieron a Jesús, quien dormía plácidamente, para reprenderle: «¡Maestro!, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4, 38).
Desde luego, el relato evangélico ha calcado la vida misma: primero, buscamos la solución con nuestras fuerzas; después, nos dejamos llevar por el pánico; y, cuando todo parece perdido, le gritamos a Dios reprochándole a qué se dedica si es tan bueno. «¿Dónde estás, ahora que te necesitamos?». Pero el Señor no dormía de forma indiferente. El 'sueño' refleja la paz de Aquel que tiene su confianza plena puesta en Dios. ¿Y qué hace Jesús?: 'se pone en pie', es decir, toma las riendas de nuestra vida; increpa a la tormenta (los miedos) y le manda '¡callar!'. Un verbo que nos indica que el milagro va más allá de un fenómeno climatológico. Ese 'callar' apela a las voces que nos 'atormentan' con intención de hundirnos.
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Y he aquí la enseñanza. Según el santo de Hipona (Sermón 63), la barca en la que duerme Jesús simboliza la fe dormida. ¿Cómo se despierta? A través de la oración. ¡Sí! Porque, incluso, cuando nos enfadamos con Dios, ¡ya estamos rezando! Igual que un niño se desahoga con sus padres por un problema en el colegio. ¿Y el Señor se irrita por esta plegaria a gritos? ¡No! Atiende nuestra súplica y, después, nos educa: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4, 40). Esa es la pregunta que cada uno debe responder ante Dios.
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