Puerta Purchena

Cincelando la belleza

«El arte que reniega de la belleza deja al alma sin espejo»

José Manuel Palma Segura

Periodista y teólogo

Viernes, 5 de diciembre 2025, 23:00

¿Alguna vez les ha sucedido que le hayan dicho que una obra de arte es o puede ser un urinario masculino? Quien dice eso, ... también puede alentar cualquier otro esperpento semejante. Pues no imaginen nada, así es. Un meódromo para varones lidera una de las galerías de arte más prestigiosas de Londres. Su valor supera el millón y medio de euros y, posiblemente, regente el museo Moma de New York el próximo año. En momentos como este, recuerdo las palabras de mi difunta abuela: «¡Cuánto tonto hay en el mundo, chiquillo!». Y lo dijo sin ver este despropósito.

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La cuestión, por tanto, es si a cualquier cosa se le puede llamar arte o, como afirman algunos eruditos, el arte es provocación o no es arte. La respuesta es que «¡no!». Y no se trata de mi mera opinión, sino del llamamiento a la cordura que hace la propia sensatez del ser humano. Así se afirma en el documental 'Por qué la belleza importa' (Why Beauty Matters, 2009). Una obra que recomiendo a todo el mundo. Pero vayamos por partes.

¿Qué es lo esencial de una obra de arte? Ya sea arquitectura, escultura, pintura, música o poesía. La respuesta es clara: la belleza. ¿Y qué es belleza? Todo aquello que rezuma armonía, orden y nos conecta con lo que trasciende al propio ser humano. De ahí que una catedral, por ejemplo, sea sagrada. No solo por contener la presencia real de Cristo en el sagrario, sino porque toda su estructura eleva el espíritu humano con la divinidad invisible que toma forma en sus columnas, cuadros, relieves y la propia luz que pintan sus vidrieras. Cuando contemplamos esta belleza auténtica, no solo vemos: sentimos que estamos siendo vistos. Es como si algo más grande que nosotros nos dijera, sin palabras: «Estás hecho para esto».

En cambio, ahora, las iglesias modernas son cajas de zapatos revestidas de hormigón, desprovistas de rostro, sin alma. Y así, sucesivamente, con todo el arte moderno. Se ha sustituido lo bello por lo feo, porque se ha perdido la fe en el sentido. ¡Esa es la clave! Y dado que la vida carece de sentido, la belleza se convierte en algo subjetivo; en una mentira bonita que no refleja lo real: el caos, el dolor, la angustia. Todo ello en nombre de la libertad, por supuesto. Así la transgresión se convirtió en la celebración de lo grotesco, lo feo y lo absurdo. Pero detrás de ese feísmo no hay libertad: hay desesperanza. Una forma de decir: «No hay verdad, no hay sentido, no hay bien… Así que tampoco hay belleza, no hay Dios».

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Lo que se pretende es acostumbrarnos a vivir sin alma. De ahí que el arte que reniega de la belleza deja al alma sin espejo. Fíjense, por ejemplo, en 'La Piedad' de Miguel Ángel. María sostiene el cuerpo muerto de su hijo, Jesús. La obra nos ofrece dolor, sí. Pero no desgarro sin sentido. María no grita ni se descompone: acoge el sufrimiento con una expresión de amor profundo y silencioso. Su gesto sereno no niega la tragedia, pero la enmarca en una forma bella que la hace soportable. Y nos recuerda, además, que más allá del misterio del dolor y la muerte hay esperanza. Por eso, María acuna a Cristo. Porque volverá a despertar. Aquí el arte es bello no porque actúe como anestesia, sino porque es bálsamo. No quita el dolor, pero lo vuelve habitable.

¿Esto se puede equiparar a un orinal? Cuando el arte desprecia la luz, el espíritu se acostumbra a la sombra. Y es que la belleza no adorna la vida: la revela. Y quien la descubre, encuentra a Dios.

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