Ibarrola

Entre el liderazgo individual o colectivo

En la actualidad empezamos a tener manifestaciones de lo que aspiran a ser 'inteligencias superiores' y que, de un modo u otro, pueden acabar con el Humanismo

José Manuel Cassinello Sola

Sábado, 27 de mayo 2023, 22:04

Nos encontramos en una época convulsa en la que comienza a vislumbrarse un radical cambio de paradigma. Da la sensación de que, en breve, llegaremos ... al fin del Humanismo, entendido tal y como se definió en el Renacimiento –el hombre como centro y medida de todo– y pasaremos al 'cibernetismo', en el que las máquinas y los algoritmos aplicarán fuerzas centrífugas sobre la referencia humana, desplazándola en favor de aquellas. El Humanismo fue un proceso que se inició en la Italia del siglo XV, cuando se pasó del teocentrismo que había regido la Edad Media a un antropocentrismo que se impondría desde, reforzándose durante los siglos posteriores y que, tanto la Ilustración, como la Revolución Francesa, terminaron por aquilatar. Ni el potente desarrollo científico de los siglos XVII y XVIII, ni la Revolución Industrial y su evolución durante los siglos XIX y XX, que dieron una mayor importancia a las máquinas frente a los animales y a los humanos, rebajaron esa referencia antropocéntrica: la razón, la emoción y la ciencia (técnica) eran las transversales, típicamente humanas, que sostenían el mundo.

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Sin embargo, en la actualidad empezamos a tener manifestaciones de lo que aspiran a ser 'inteligencias superiores' y que, de un modo u otro, pueden acabar con el Humanismo tal y como lo entendemos hoy día. Si en su día la Ilustración sustituyó la fe por la razón y la lógica, hoy la Inteligencia Artificial y sus algoritmos, capaces de analizar cantidades ingentes de datos extrayendo de ellos parámetros, tendencias y resultados, parecen postergar toda referencia humana.

Es en este contexto en el que se plantea cómo debemos controlar este proceso para evitar errores que puedan ser irreparables en el futuro. Y nos surge la duda de cómo se puede liderar desde un punto de vista global ese cambio de paradigma: cómo liderar el futuro.

Desde un punto de vista muy elemental, podemos encontrar en la historia dos tendencias en cuanto al liderazgo: la del historiador Thomas Carlayle, que entendía que el progreso de la historia no era inherente a ésta y necesitaba, como catalizador para el cambio, el impacto de las acciones de 'los grandes hombres'; y la del escritor León Tolstói que, por el contrario, consideraba que existe una fuerza externa e incontrolable que lo domina todo y que los 'grandes hombres' creían controlar, cuando sólo cada persona, considerada de forma individual y en cada momento, podía realmente influir el devenir.

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En efecto Carlayle, tal y como recoge en su libro 'Sobre los héroes', entendía el liderazgo sobre la base del culto al héroe, considerando que «la historia universal, lo realizado por el hombre, es, en el fondo, la historia de los grandes hombres que habitaron entre nosotros» y que la historia de esos 'grandes hombres' es el «alma de la historia del mundo entero». Sobre esa base, consideró que las grandes referencias de los cambios esenciales de la humanidad fueron, entre otros, Mahoma, como profeta; Lutero, como 'sacerdote'; Rousseau, como hombre de letras; y Cromwell y Napoleón, como gobernantes.

En este mismo sentido, el ya centenario Henry Kissinger, asesor de los presidentes norteamericanos Kennedy y Nixon, también realza la figura del 'líder' como el motor de la historia destacando el valor que determinados personajes tuvieron al ir «más allá de las circunstancias que heredaron y, así, llevaron sus sociedades, hasta la frontera de lo posible» trascendiendo a las circunstancias mediante la visión y la dedicación. En su último libro 'Liderazgo' esboza la personalidad de seis líderes (Adenauer, De Gaulle, Nixon, Sadat, Kuan Yew y Thatcher) que, de forma más o menos acertada (sobre esto 'pasa de puntillas' el autor, asumiendo la falibilidad de todos ellos), gestionaron momentos la época compleja que les tocó vivir, con liderazgos transformadores y audaces.

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Por otra parte, nos encontramos con la visión de Tolstói que, aun no siendo historiador, consideraba la Historia como el único fundamento de la verdad, dejando en 'Guerra y Paz' una importante reflexión sobre ello. Tal y como se recoge en el libro 'La paradoja de la historia' de Nicola Chiaromonte, Tolstoi entendía la Historia como un compendio de fuerzas internas y externas, siendo el individuo, en cada momento, el único que pueden influir en ella como «agente de acciones cargadas de responsabilidad». Al contrario que Carlayle, Tolstói consideraba que 'los grandes hombres' no tenían la menor influencia en el devenir histórico, pese a ellos creían lo contrario.

Resulta simpática la referencia que, para criticar la nula influencia de los 'grandes hombres' en la Historia, utilizó Isaiah Berlín en 'El zorro y el erizo', en el que también se analiza este criterio de Tolstoi, en 'Guerra y Paz'. Se refirió Berlín al 'símil del carnero': al igual que 'los grandes hombres' creen escribir la Historia, el carnero elegido para ser sacrificado, se cree el líder mientras es cebado por el pastor. Conforme a ello, concluye: «Para Tolstói, Napoleón es un carnero, y en gran medida también lo son el zar Alejandro y el resto de los grandes hombres de la historia».

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En esta disyuntiva planteada, cabe preguntarse cómo debe ser el liderazgo que nos permita mantener el Humanismo como referencia social, en la medida que esto sea posible. Por una parte, no parece ser ésta una época de grandes líderes individuales. Hace años que no nos encontramos con personajes realmente transformadores como Adenauer, Churchill, Roosevelt o Mandela. Tal y como reconoce Kissinger en el libro antes citado, mientras que «los meritócratas del siglo XX aspiraban a valores de servicio, las élites actuales no hablan tanto de la obligación como de autoexpresarse o de su propio progreso», destacando además que el entorno tecnológico «desafía las cualidades del carácter y del intelecto que históricamente han servido para vincular a los líderes con su pueblo». No parece ser un momento fértil para que broten líderes transformadores, y a las pruebas nos remitimos.

Queda por tanto la opción de un 'liderazgo mutualizado' a la manera de Tolstoi: que las transformaciones necesarias en los tiempos convulsos se lleven a cabo desde el individuo, es decir, desde la sociedad civil, como garante de los sistemas políticos occidentales, en esencia, las democracias liberales. Bien es cierto que los populismos y los nuevos sistemas educativos, que han perdido los valores como referencia, tal y como ha denunciado Nuccio Ordine, no ayudan en este camino: en la una «lucha del humanismo frente a las máquinas», primamos las competencias tecnológicas y la superficialidad, y postergamos la filosofía (en el sentido más amplio posible), los valores y el resto de las referencias típicamente humanas, que son los que realmente nunca podrán ser 'digitalizados'.

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En este proceso de búsqueda resulta alentadora la frase del escritor Oded Galor en su libro 'El viaje de la humanidad', al considerar que «el destino de las naciones no está grabado en piedra» y que «las medidas que mejoran la orientación hacia el futuro, la educación y la innovación, junto con la igualdad de género, el pluralismo y el respeto a la diferencia, tienen la clave de la prosperidad universal».

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