Huesos de aceituna

La sonrisa de Kroos

Al jugador alemán no le pitaron porque luciera los colores del Real Madrid –casi todo el mundo allí vestía la misma camiseta–.

José Luis González

Jaén

Viernes, 19 de enero 2024, 23:19

El deporte es un pozo de contradicciones, quizás uno de los más profundos de todos los que socavan nuestra existencia. Siempre a rebufo de la ... religión, líder indiscutible de los agujeros negros de la humanidad. Y no hay día que nos acostemos sin algún ejemplo de cal y otro de arena en ese universo del 'Citus, Altius, Fortus' –más rápido, más alto, más fuerte-, lema oficial de los Juegos Olímpicos; al que yo añadiría 'más pelotas', en el más amplio sentido de esta palabra que no sabría traducir al latín para todas sus acepciones. Porque no nos engañemos, si los deportes de masas se juegan casi todos con un objeto esférico, los hombres también se llevan la palma de las paradojas en este ámbito.

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Sin ir más lejos, los últimos días hemos tenido ejemplos para todos los gustos. El primero, y a mi modo de ver más alentador, lo gozamos el pasado domingo en la final de la Supercopa de España de fútbol, disputada en Riad, capital de Arabia Saudí. Los y las madridistas disfrutamos de una contundente victoria ante el eterno rival, el Barça, pero a los y las amantes del deporte en general nos supo también a gloria la sustitución, al final del partido, de Toni Kroos. Su respuesta a la pitada que recibió de parte de todos los hombres que llenaban el estadio –allí las mujeres tienen vetado casi respirar- se puede considerar como antológica. La sonrisa relajada que dibujaba su cara mientras miraba fijamente hacia la grada era la más justa y mesurada respuesta que merecía la vileza del régimen totalitario que el público amparaba.

Porque al jugador alemán no le pitaron porque luciera los colores del Real Madrid –casi todo el mundo allí vestía la misma camiseta-, y tampoco porque juegue y haga jugar como los ángeles o porque sea rubio y guapo, sino porque es uno de los pocos deportistas de élite que se atreve a criticar como merece a la dictadura saudí. Y también a los futbolistas que, en la plenitud de su carrera, decidieron poner rumbo a los petrodólares sin tener en cuenta otras consideraciones vitales -algo de lo que muchos de ellos ya se están arrepintiendo-. Kroos siquiera quiso vestir la camiseta conmemorativa de la 13ª Supercopa con el lema en árabe para no dar pábulo a un régimen sexista, xenófobo, racista y homófobo, que no ha dudado bañarse en la sangre de miles de mujeres y hombres disruptivos con su estrecho ideal religioso.

Pero el contrapunto a la honrosa actitud de Toni Kroos lo hemos encontrado en el otrora ejemplar Rafa Nadal. Al que la edad le está retorciendo el colmillo de mala manera, dejándole una cara de acelga que no se quita ni conduciendo su KIA deportivo. De tal modo que, no sé si será por la fatalidad de las lesiones o por el inexorable paso de los años y la gloria, ha decidido últimamente entrar en la arena política –craso error para un deportista- y tomar otras decisiones que se demuestran fatales para su imagen. Seguramente, producto del alejamiento de su tío Toni Nadal, y de la extraordinaria influencia que este ejerció en su sobrino. Aquella que le propició la entrada en nuestros corazones, por su juego y por su nobleza dentro y fuera de las pistas.

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Y es que Rafa, nuestro Rafa de España, ha decidido dar un paso más hacia el lado oscuro. Nada menos que aceptando ser el nuevo embajador de la Federación Saudí de Tenis. De un país que es, al fin y al cabo, 'el Darth Vader de la comunidad internacional', como tan acertadamente lo definió el Gran Wyoming. Llegando a decir, rodeado de hombres con túnica blanca, que «dondequiera que mires en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso». Una falacia manifiesta que solo puede expresar o creerse alguien que esté ciego, que carezca de valores humanos y deportivos o que solo mire hacia donde brilla el dinero, como parece el caso.

Pero que no olvide Nadal y todos aquellos deportistas españoles o europeos, criados en un entorno libre y democrático, que su capital reputacional se lo han ganado con sus éxitos profesionales y su noble actitud. Y que cuando las victorias deportivas ya solo formen parte del pasado, lo único que quedará es su recuerdo, el dinero –quien lo conserve- y la fama para lidiar con la vida presente y los futura. Tesitura en la que casi ya se encuentran la sonrisa de Kroos y la cara de acelga de Nadal. Que cada uno evalúe lo que le conviene.

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