Educación sexual. Fotolia

Educación sexual, ya

Primero, sacar la religión –machista y homófoba por naturaleza– de la educación pública. Y, segundo, implementar asignaturas de educación sexual y en valores democráticos

José Luis González

Jaén

Sábado, 9 de septiembre 2023, 11:34

Es un hecho que vamos tarde. Ya lo he referido más de una vez en esta columna. Las y los jóvenes tienen su primer contacto ... con el sexo a través de Internet. Y el segundo y el tercero… De tal modo que la ciencia ficción que se les vende desde las pantallas de sus móviles es la que confunden con el sexo que van a vivir y disfrutar en la realidad de sus vidas. Porque no hay contrapesos a semejante coyuntura. Ni en los centros educativos ni –en general– en casa los niños y las niñas, los chavales y las chavalas, encuentran la información necesaria en esta materia para alcanzar la madurez sexual que les permita convertirse en adultos sanos y respetuosos con su entorno social.

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La banalización de las relaciones sexuales e incluso de la violencia descarnada en las relaciones íntimas con otras personas está llegando, entre los y las jóvenes, a un punto muy preocupante. Así se asevera en la Memoria anual presentada este jueves con motivo del inicio del año judicial por el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Fíjense si es alarmante la situación que el Ministerio Público refiere un «notabilísimo y preocupante» ascenso del 45,8% en el número de agresiones sexuales incoadas en 2022 –974 frente a las 688 de 2021– entre menores de edad. Un incremento anual que consolida la tendencia del último lustro: desde 2017, según la Fiscalía, «la cifra de incoaciones por este tipo penal se ha incrementado un 116%». Datos demoledores que, curiosamente, contrastan con otro también publicado en esa memoria: en términos generales, «la criminalidad entre menores ha aumentado desde 2021 tan solo un 1%».

Dato este último que revela con claridad la torpeza infinita de quienes, generalmente desde la derecha política, pretenden matar moscas a cañonazos rebajando la edad penal o solicitando la imputación de penas a menores de 14 años. Obviando, como es lógico en semejante mentalidad, que no es que nuestros hijos e hijas sean unos delincuentes irredentos que merezcan penas de privación de libertad aun sin haber llegado a la pubertad, sino que los adultos no estamos haciendo bien nuestro trabajo. Ni a un nivel educativo puramente sexual ni tampoco en cuanto a la generación de espacios más amplios de respeto a las mujeres o a la comunidad LGTBI+.

De tal modo que salta a la vista nuestro gran problema: la moral nacionalcatólica que aún corre por nuestras venas. En España y en todo el sur de Europa. La religión en las escuelas nos impidió a nosotros y nosotras, los adultos y adultas, desprendernos de ese velo de vergüenza que nos imposibilita hablar abiertamente de sexo –algo «sucio» per se- con nuestros hijos e hijas. Como ocurrió a nuestros padres y madres, a nuestros abuelos y abuelas. Y, si no ponemos los medios necesarios, impedirá a nuestros vástagos hacer lo propio con los suyos. Con la notable diferencia de que en el siglo XX no era tan fácil el acceso indiscriminado a la pornografía y las redes sociales, con todos sus perfiles, incluidos los reservados a la vejación y la violencia física sobre las mujeres u otras personas diversas. Espacios en los que estas son meros objetos a disposición del macho heteronormativo, dignos de vejación o violencia.

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Tal y como ya entienden la sexualidad esas 'manadas' de menores de edad que, más o menos sorpresivamente, se nos presentan en los medios de comunicación tras alguna de sus fechorías. Atentando contra una chica en el hipermercado, contra una compañera de clase en el colegio o contra otro menor LGTBI+. Y, como decía, no olvidemos que estos chavales –y también chavalas, claro- serán padres con el paso de no demasiados años, y también profesores. Como esos estudiantes de ¡Magisterio! de la Universidad de La Rioja que, en un chat que ha visto la luz este viernes, decían cosas como estas: «Últimamente son muy putas todas» y «hay que partirle las bragas»; o «dile que no aceptan mariquitas en magisterio».

¿La solución? Yo creo que está muy clara para quien la quiera ver. Primero, sacar la religión –machista y homófoba por naturaleza– de la educación pública. Y, segundo, implementar asignaturas de educación sexual y en valores democráticos. Pero no meras 'marías' que los alumnos y las alumnas observen con desprecio formativo y sin ninguna influencia en el currículo escolar, sino asignaturas troncales que influyan de forma decisiva en sus expedientes. Es el único modo de cortar el problema de raíz. De que nuestros hijos e hijas sean, de manera integral, unos adultos mejores que nosotros y nosotras.

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