¿Cuida España su arte y a sus artistas?
Como decía Coque Malla, «este es un país en el que a los artistas nos admiran, pero no nos quieren; donde la cultura se relaciona con el ocio y con una especie de servicio. (...)»
Adaptando un famoso aserto de Gandhi, podríamos decir que la modernidad de una nación y su progreso pueden ser juzgados por la forma en que ... trata a su arte y a sus artistas. Así, observamos que países vecinos como Francia o incluso Italia, u otros más lejanos de nuestro continente como los estados nórdicos, se enorgullecen de sus creadores y ejecutantes. Al modo de los países anglosajones, que llevan en su ADN el gusto por el universo de las artes. Ya sean estas escénicas, literarias o plásticas.
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Sin embargo, a España le cuesta, a pesar de ser este un territorio trufado de arte y artistas a lo largo de la historia. Como decía Coque Malla, «este es un país en el que a los artistas nos admiran, pero no nos quieren; donde la cultura se relaciona con el ocio y con una especie de servicio. Así que para la gente eres, con todo el respeto, como un camarero; no eres mi artista que me ha cambiado la vida, me ha emocionado, me ha removido por dentro y al que le debo todo, que es como yo entiendo mi relación con los artistas a los que admiro, sino que eres mi entretenedor de esta noche».
Semejante visión de los españoles y las españolas no parece haber variado mucho en este casi medio siglo de Democracia, por más que nos miremos al espejo gozando de nuestra hermosura. Porque en algunos aspectos no hemos logrado desprendernos de la costra de caspa que se adhirió a nuestras vestiduras durante la dictadura franquista. Aquella pesadilla de cuatro décadas en la que se lanzaban proclamas como ¡«muera la inteligencia»!, que tan famosa hizo el sujeto que fundó la Legión Española, y en la que se asesinaba del modo más cruel o se expulsaba del país a artistas de todo ámbito.
Volviendo a Antonio Machado, vienen ahora a cuento aquellas estrofas de su poema 'A orillas del Duero': «Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora». Desprecia cuanto ignora. Cuan vigentes son ahora aquellas palabras. No solo en España, también en muchos otros países de esta parte del mundo autodefinida como desarrollada. Que deja abandonadas a su suerte a las instituciones públicas que enriquecen el conocimiento, sobre todo si estas no llevan aparejada la nueva dictadura del interés turístico.
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Pero es en las personas dedicadas profesionalmente al arte donde más se nota esta dejadez del Estado, de todas y cada una de sus administraciones públicas. Según los datos del quinto Estudio Sociolaboral presentado en 2024 por la AISGE (Artistas Intérpretes, Entidad de Gestión de Derechos de Propiedad Intelectual) el 77% de los artistas españoles ingresan menos 12.000 euros al año, por debajo del salario mínimo interprofesional, y solo el 7% superan los 30.000. Pero los datos más demoledores revelan que la mitad de los artistas ganan menos de 3.000 euros al año y que un 72% se encuentra por debajo de la línea de pobreza, razones por las que recurrir a un trabajo complementario se convierte en forzosa para un número muy elevado de ellas y ellos. Y si desalentadoras son estas cifras, imaginen cuál es su situación cuando llegan a la edad de jubilación.
Gentes tan relevantes de la Cultura española como Víctor Ullate condenan la «vergüenza de que seamos parte de Europa y que estemos igual que hace 40 años, que este país sea tan cruel con sus artistas; que se ven obligados a emigrar porque entienden que solo así les harán caso en España».
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Y no es solo Ullate, es un sentir general que no se cansan de repetir, en diferentes tribunas periodísticas, figuras de nuestra literatura o nuestro cine como Antonio Muñoz Molina, Arturo Pérez-Reverte, Javier Cercas, Elvira Lindo, Rosa Montero, Isabel Coixet o Pedro Almodóvar.
Y no parece que la ciudadanía de este país se vuelva loca por un acto de contrición en esta materia. Antes al contrario, parece que regresa redivivo aquel ¡«muera la inteligencia»!. Ahora, expresado de mil formas distintas, por sus representantes más vitoreados: 'tiktokeros' ignorantes y bocazas, politicastros de pelo corto y orejas de burro, y tertulianos futboleros –discutan o no de fútbol-, cuyo gusto por las artes se reduce a algún espectáculo chic del 'Madriz' de Ayuso, ese parque temático grosero, inhumano y mastodóntico en el que han convertido la que fuera capital de España.
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