Era el 22 de junio de 1973. Segunda corrida de la Feria del Corpus. El cartel era de lujo: Dominguín, Curro Romero y José Julio ... Granada. Expectación máxima, lleno a rebosar.
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El quinto toro, un Juan Pedro arquetípico, le correspondía a Curro. Y Curro cuajó la mejor faena de su vida. Los lances con el capote fueron ya suficientes para volcar la plaza, pero lo que vino después ha permanecido en mi retina como algo indeleble. Una faena extraordinaria, toreando con la derecha con ese garbo que solo él tenía y, con la mano izquierda, como si la muleta fuera aire. Todo compás, todo temple, todo arte. La estocada, desprendida, no importó. El rabo estaba ya concedido. La gente se frotaba los ojos, no podía dar crédito a tanta belleza, tanto arte, tanta verdad. Como dijo entonces el mítico Vicente Zabala en ABC, se pararon todos los relojes.
52 años más tarde, el domingo 12 de octubre de 2025, día de la Hispanidad, Dios volvió a bajar de los cielos a una plaza de toros. En la grada de Las Ventas no dábamos crédito a lo que estábamos viendo. La historia del toreo ante nuestros ojos, el corazón encogido, el estómago cerrado, la boca seca, las lágrimas en los ojos.
Morante, el genio de la Puebla, había sufrido un percance horrible a la salida del cuarto toro, en unas chicuelinas ceñidísimas. Por un momento, todos nos acordamos de Antonio Bienvenida. Que caída tan fea, qué imagen tan desoladora. Pero el genio se levantó, frotó lámpara y nos regaló una faena de ensueño, culminada, esta vez sí, con una estocada impecable, perfecta. Las Ventas enloqueció, como aquella tarde de 1973 lo hizo el coso de Frascuelo.
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Y entonces vino el éxtasis. En el mejor escenario posible. En el mejor momento posible, pero también el más triste para los que amamos la tauromaquia. José Antonio Morante de la Puebla se cortaba la coleta, él solo, en el centro del anillo, entre el estupor y el silencio del público, anonadado ante lo que estaba presenciando. Con la duda de si aquello era verdad o solo un sueño del que despertaríamos poco después. Con cierto complejo de culpa por haberle abierto la puerta grande, que era la puerta a su despedida.
En ese momento me acordé de aquella corrida del Corpus de 1973. Curro paró entonces todos los relojes. Y Morante, el mejor heredero del faraón, seguía sus pasos: los relojes habían vuelto a pararse.
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