Poner en cuestión la democracia

José García Román

Viernes, 3 de octubre 2025, 23:02

Escribió Ortega en 'Goethe desde dentro' que, cuando de improviso se le aparece el pasado, «lo firme se vuelve problemático, se vuelve abismo. Antes, lo ... peligroso parecía estar sólo delante de él; ahora lo encuentra también a su espalda y bajo sus pies». Y extrae esta conclusión: «El hombre que conserva la fe en el pasado no se asusta del porvenir, porque está seguro de encontrar en aquél la táctica, la vía, el método para sostenerse en el problemático mañana». Parece obvio que ser perseverante en los principios, ávidos de madurez, es lo que importa. Se ha afirmado que la democracia es la religión política de los pueblos responsablemente libres. Sin embargo se practica no precisamente siendo espectadores de la misma. El ejemplo, o confunde o entusiasma animando a seguirlo. Uno de los faros de la democracia es la solidaridad, que florece y fructifica en el propio país donde se vive, y es compartible con los que chapotean en las charcas de la miseria mientras sus gobiernos nadan en corruptos mares de abundancia. Por no decir océanos.

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Respecto a los inmigrantes, lo deseable sería acompañarles en su tierra, colaborando con sus familias o allegados, y denunciando ante la Comunidad de Naciones desvíos de ayudas internacionales y, naturalmente, enriquecimientos ilícitos del poder político. Muchos de los que se sienten tocados por una solidaridad extrema se marchan discretamente a diferentes países, impulsados por el deseo de ayudar a enraizarse y amar su cultura a tantos abandonados a su 'suerte' por sus propios gobiernos.

Confundir la inmigración controlada con la incontrolada tiene poco recorrido, máxime cuando algunos Estados son desangrados por sus gobernantes que permiten ¿y fomentan? los negocios de las pateras. ¿Y qué decir de la identidad de los pueblos frente a la globalización, de dudosa integración, sospechosas interconexiones y aviesas intenciones? La inmigración exige predominio de la razón, y lógicamente que el corazón no sea convidado de piedra. Acude a mi memoria el 'Estadio Hassan II' de Casablanca –el más grande del mundo, con un presupuesto de 500 millones de euros y capacidad para 115.000 espectadores–, que se está construyendo para ser una de las sedes de la Copa Mundial de la FIFA 2030. Algunos jóvenes ya han alzado sus voces en la calle. Sobran comentarios, y también pateras de la vergüenza. Quienes se marcharon a Alemania como 'trabajadores invitados' en los años 60 y 70 para fortalecer la economía doméstica, y de camino la alemana, la mayor parte volvió con una nueva experiencia laboral y disciplinar, y un dinero que sirvió para levantar la economía de España. Se estima en 200.000 españoles integrados y formados.

La palabra sin bridas es peligrosa enemiga del buen entendimiento, pues encandila y paraliza; y en el peor de los casos puede prender la mecha de la 'pólvora' de quienes, ocultos en expresiones pacíficas, lo que anhelan es devastar. Repásese la Historia de España y la del mundo. Entre las obligaciones de la política sobresale la continua preocupación por «evitar la violencia defendiendo por la palabra» –al igual que hiciera Cicerón con la República– los valores de la democracia y la convivencia: su fin primordial. El progreso y la verdadera libertad son derechos básicos que exigen consistente cimentación y personajes cumbres como Cicerón, proclamado «educador del género humano».

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La democracia podría definirse así: hacer el bien en un mundo más humano. Desde esta premisa, los conceptos derecha e izquierda, y sus derivados, quedarían desplazados, pues lo esencial es el ejemplo personal y colectivo. No existe mejor medicina para un pueblo que demasiadas veces es tratado cual conjunto de párvulos con derecho a voto, sin posibilidad de sentarse a la mesa de los 'adultos', privándole de explicaciones sobre decisiones no anunciadas antes de acercarse a las urnas, o compromisos incumplidos.

¿Advertimos que somos existencialmente 'náufragos', aunque nos divirtamos en prepotentes Titanic, inconscientes del peligro de un iceberg en aguas calmas, no queriendo saber que podríamos acabar dando nuestras pertenencias a cambio de una humilde tabla desnortada, un perdido salvavidas o una canoa para huir de la desesperación? Se sabe historia o, dicho de otra manera, se manejan hechos históricos, pero ¿aprendemos su lección de no repetir 'hazañas' infernales? En el trasatlántico de la democracia no deben tolerarse polizontes. Hay que pagar el 'billete'. Por supuesto en un camarote digno.

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Ha declarado el escritor Ken Follet: «Temo un colapso de la democracia. La gente aguanta, y aguanta hasta que no puede más». La demagogia es carcoma que roe lo que encuentra a su paso para alcanzar el poder o permanecer en él con la ayuda de promesas virtuales, desinformación o populismos. Por lo que en momentos de turbación y enfrentamientos sociales es imprescindible «un arte de pensar, un arte de vivir», como ejercitara Cicerón en aquella inquietante Roma de ambiciones y graves intrigas. Y este 'arte' es el valor y la entereza en los conflictos y las desgracias, en los vendavales, en el fuego, en las inundaciones y en los terremotos.

Todos no servimos para defender en primera línea a nuestros congéneres. Las democracias se hallan en una etapa de «crisis y transformación» y «déficit de representación», controladas por las «redes sociales», el «populismo» y la «polarización política», y la amenaza de «concentración de poder» y consiguiente «deriva autoritaria». Esto implica un sustancial desafío: «renovar las instituciones» a tenor de la «complejidad social», asegurar la «participación ciudadana activa», «fortalecer las libertades civiles», «resistir la erosión de los derechos y la democracia» y «practicar la justicia y la equidad». Son términos que aparecen en cualquier reflexión acerca del gobierno de los pueblos.

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Me permito citar en forma de pregunta la siguiente afirmación de Ortega referente a la democracia: «¿Va continuamente buscando su destino o huyendo de él?». ¿O las dos cosas simultáneamente? Ante la convicción de la ciudadanía que piensa que no existe la justicia, sino fuerza y debilidad, considero que, en expresión del mencionado filósofo, hay que «poner en cuestión la democracia».

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