¿Qué es la democracia?

José García Román

Viernes, 19 de septiembre 2025, 23:08

¿Qué es la democracia? No es fácil explicarlo porque no existe ni tiene posibilidades de existir. Es una meta filosófica, un arquetipo, una pasión, ... un espejismo, una fantasía, una esperanza, mientras pasan los días asomados a la ventana como ¿'esperando a Godot'?, pensando en el 'mundo de las ideas' y en una ciudadanía laboriosa y solidaria que trabaja en un proyecto, sabiendo, o no, que cada 'noche' se desplomará cual castillo de naipes, desandando lo andado. Y esto acompañado de legiones de palabras que se muestran vigorosamente exigentes y prepotentes con un proyecto que no admite planificación al presentirse como oasis de realidades.

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Sucede una cosa parecida con el destino, del que no somos dueños ni capaces de controlarlo, que se quiebra inesperadamente cuando morimos, dejando en la estacada ilusiones, ideas vivas o atractivas ficciones. A lo sumo, si es poderoso el soñador, quizás su cadáver descanse en paz en el seno de una pirámide, pero sin garantías de no ser profanada y expoliada.

¿Qué es ser demócrata? ¿Someterse a leyes de espaldas a una parte significativa de la ciudadanía que no ha dado su visto bueno a decisiones no contempladas en las urnas? La democracia es como la salud: se tiene o no se tiene. No sirven las cataplasmas, por decirlo suave. La misma energía con la que se reclama o denigra un pasado sonrojante en uno u otro bando, en una u otra nación, se ha de exigir para reivindicar la democracia, aunque acabe en 'eutopía' de extremada exigencia, pero al menos con la perspectiva de que sea capaz de conseguir estrangular la omnipresente maldad en sus múltiples facetas, y alimentar el compromiso de labrar campos de valores, asumiendo riesgos. Este podría ser el objetivo de un buen demócrata.

Uno de los sillares de la democracia es la convivencia, que a tenor de lo que vemos es palmaria entelequia, salvo para grupos que aceptan la radicalidad de unas normas no fáciles de cumplir. De ahí la contradicción. ¿Quién logra adentrarse en la mente y sus laberintos para eliminar máscaras y disfraces, y con ellos representaciones, con estrategias avezadas en despertar y zarandear instintos de subsistencia en una sociedad de topos visibles o invisibles? Además, en nuestros particulares sueños se yergue una 'democracia' ucrónica, reconstruida con hechos distorsionados, restaurados o repintados según criterio alentado por las circunstancias. Es decir: «inexistente». La ucronía pretende ser 'fiel' compañera de nuestros días, con independencia de que tanto saberes como banderas ondeen pretenciosos.

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La convivencia requiere evitar exasperaciones y tensiones innecesarias, y participar en lo bueno, desechando lo malo, sin cartas en la manga, con la palabra de los hechos, de tal modo que se economice el tiempo de intervenciones en los parlamentos a favor de las obligadas respuestas a las preguntas formuladas por sus señorías y los proyectos de interés común, con ideas de servir a la verdad y censurar la mentira cual medio de supervivencia. La facilidad de palabra no es un don en sí. Puede ser también una vulgar arquitectura con frases hechas, propia de encandiladores de vaciedades. Cuando los discursos y alegatos públicos son coherentes, con puertas, ventanas y alacenas interiores abiertas, entonces dicha facilidad de palabra es un tesoro.

La democracia real tiene que ver mucho con el teatro. Todo es directo, no hay repeticiones. Por eso exige gestionar bien las ideas con madura imaginación, firmes convicciones y decoro digno de la mayor deferencia. En vista de ello, me permito proponer el siguiente Decálogo de la Democracia: 1. Proteger la genuina convivencia con fortaleza, en el fondo y en la forma. 2. Dignificar su nombre defendiéndola con el ejemplo. 3. Respetar banderas, signos, emblemas y gestos constitucionales. 4. Honrar a quienes den su vida por el bienestar colectivo. 5. Luchar contra todo terrorismo. 6. No violar la Constitución. 7. No robar. 8. No levantar falsos testimonios ni mentir. 9. Expresar la opinión sobre lo que contamine la vida ciudadana. 10. No codiciar los bienes de quienes honradamente los han conseguido.

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La carta de la libertad no la otorga la democracia, pese a que su obligación principal sea preservarla. Es una adquisición personal e intransferible. Esto marca decisivamente el nivel de los pueblos conocedores de la existencia de tics dictatoriales en las democracias, y tics democráticos en las dictaduras, aunque en algunos casos, según sabemos, el delirio les haga creer que son demócratas a pesar de los presos, las torturas, la sangre y los muertos en defensa de las libertades. Evito nombrar países. Y es que existen tantas democracias como ciudadanos libres y responsables, en cuyos linderos se encuentran las pseudodemocracias, amigas del «¡silencio, se rueda!», pariente en primer grado de las dictaduras. La democracia está sobrada de 'pensamiento' y 'tolerancia' ante la existente falta de cortesía, compromiso y probidad. El resto, el tiempo lo engulle todo, pues posee buena dentadura y mejor estómago; y además reserva su definitiva carcajada para cuando él mismo sea devorado en la víspera de un nuevo Universo.

'El espectador' Ortega, en su breve ensayo 'Democracia morbosa', escribe: «…la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad». Hace años escuché en el autobús la siguiente expresión relativa a la democracia: «Me voy a morir sin haberla catado». Me hizo pensar. Y es que la palabra democracia, repetida hasta la saciedad, ofrece una imagen vana, como nuez cuya sustancia está al borde de la sequedad. Si la utopía es una ilusión filosófica, o un divertimento moral, la 'eutopía', aunque distante, es radical en su plenitud. Creo que la democracia hoy es un epifenómeno debilitado que ocupa un lugar secundario en el intrincado concepto que contempla el reto de una sociedad objetivamente justa, solidaria y ejemplarizante.

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