¿Tienen algo en común Granada y Paris? Seguro que podríamos advertir varias semejanzas. En una quiero reparar ahora: las dos han dado grandes artistas. ... Concretaré, personalizando, algo más: de ellas proceden dos escritores universales, de los más grandes del pasado siglo, Marcel Proust y Federico García Lorca.
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Lorca y Proust tuvieron a su vez mucho en común, comenzando por su entorno familiar. Procedían de familias bien acomodadas, de la burguesía ascendente de finales del XIX. Los padres progresaron por sus méritos: el de Marcel, Adrien Proust, procedía de una humilde familia de tenderos en Illiers (un pueblo irrelevante que su hijo novelista inmortalizó como Combray) y progresó por la vía académica: catedrático de Medicina en Paris y una destacada autoridad en materia de epidemiología, hasta el punto de quien hay que le atribuye el término, hoy bien conocido también por el gran público, de «cordón sanitario». El padre de Federico, que carece de estudios universitarios, progresa sobre todo en los negocios que se generan en torno a las azucareras de la Vega granadina, potenciadas extraordinariamente tras la pérdida de Cuba y el azúcar que de allí procedía.
Pero para los dos escritores, la figura con la que afectivamente sintonizan y entablan sus primeras complicidades literarias es la de la madre. La de Marcel, Jeanne Weil, provenía de un acaudalada familia de financieros judíos y había recibido una esmerada educación. La de Federico, Vicenta Lorca, de orígenes muy humildes, quedó pronto huérfana de padre y fue acogida como interna en el Colegio Calderón, regentado por monjas francesas. Aquí se entabla una primera y sutil conexión entre los dos escritores: las monjas francesas habían abandonado Francia por la presión de la política anticlerical –detestada por Marcel Proust– de la Tercera República y al llegar a Granada trajeron con ellas las lecturas de autores franceses, sobre todo Victor Hugo, en las que se iniciaron como ávidos lectores tanto Marcel como Federico.
Los dos, Marcel y Federico, tuvieron también en común su orientación sexual. Una homosexualidad que les situaba en una situación social como mínimo complicada, posiblemente más en la Granada de entonces que en los salones aristocráticos del París cosmopolita donde Marcel Proust se desenvolvía.
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Hay otra coincidencia, menos conocida, en la que me gustaría parar mientes. Tanto Marcel Proust como Federico García Lorca estudiaron Derecho erigiéndose así en representantes destacados del amplio colectivo de licenciados juristas que se perdieron para su práctica, pero que afortunadamente se ganaron para la literatura. Como tantos de ellos, Proust y Lorca estudiaron Derecho movidos por la presión de los padres que, respetando la venia literaria que los hijos mostraban, querían para ellos unos estudios y un título universitario sobre el que apoyar su futuro.
Federico estudió Derecho en la Universidad de Granada bajo la tutela de su hermano Francisco, que se había licenciado y doctorado en Derecho público con excelentes calificaciones. Pero el poeta no mostró interés alguno por las materias más áridas de la licenciatura y acabó la carrera con el apoyo benevolente de los dos catedráticos más relevantes entonces en aquella Facultad –los dos serían más tarde ministros de la República– Fernando de los Ríos y, menos conocido y menos controvertido, Agustín Viñuales, que apoyó mucho a Federico por el que sentía gran aprecio.
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El padre de Proust, que como reputado epidemiólogo tenía relaciones con ministros y altos funcionarios, quería que Marcel fuese diplomático. La situación se recrea en la portentosa primera escena de A la sombra de las muchachas en flor cuando el marques de Norpois, que ha sido embajador en las mas relevantes capitales europeas, acude invitado a almorzar a casa del narrador, de los Proust. Marcel estudió en la Facultad de Derecho de la Sorbona y en la Ecole de Sciences Politiques, hoy más conocida como Sciences Po. Esa escuela universitaria, que pronto adquirió un gran prestigio, era parte de un movimiento cultural regeneracionista que se registra en Francia tras la desastrosa derrota ante Prusia en 1870 y la caída del Imperio de Napoleón III. En España se dio también otro movimiento regeneracionista cuando se tocó fondo con la derrota en la Guerra de Cuba en 1898. Un reacción inmediata fue la potente generación de escritores que se conoce precisamente como la generación del 98. El movimiento regenerador y modernizador tuvo su efecto, aunque circunscrito a una élite cultural, y Federico irrumpe en la escena literaria formando parte de otra generación, la generación del 27, que está a la vanguardia de Europa. Una muestra de ello es que la primera traducción de una obra de Proust, Por el camino de Swann, es al español y se debe nada menos que a otro gran poeta de esa generación del 27, Pedro Salinas. A Proust le agradó mucho esa traducción publicada por la editorial Calpe, la única que pudo conocer pues falleció al poco tiempo.
Marcel Proust y García Lorca no ejercieron nunca como juristas, ni se preocuparon manifiestamente por los grandes debates de fondo sobre la justicia. Pero su formación les dejó una impronta. La fase más creativa de Proust coincidió con un caso judicial, el caso Dreyfus, el oficial judío del ejercito francés injustamente acusado, y condenado hasta su rehabilitación, de traición. Un caso que conmocionó y dividió a Francia en torno a la cuestión judía, que se reabriendo ahora con el genocidio de Gaza ante la vergonzosa inactividad de la comunidad internacional y del Derecho internacional. Proust refleja de manera tan sutil como certera su impacto en la sociedad francesa revelándose como un agudo sociólogo del Derecho pues nos desvela los códigos de conducta de las diferentes clases, de sus relaciones, de sus salones. Una sociedad francesa cuya evolución se atasca por ese caso judicial que Proust siguió muy directamente del que da cuenta en sus personajes de un modo del que solo es capaz la literatura. Federico también se inspiró en procesos judiciales –Bodas de sangre– o en conflictos e injusticias sociales que presentó novedosamente en términos poéticos –Romancero gitano– aunque la impronta en su obra de su, escasa, formación jurídica es mucho más tenue. Luego, su retorno a la Facultad de Derecho no pudo ser más dramático, cuando en agosto de 1936 fue conducido al Gobierno Civil, en la calle Duquesa, y de ahí a Víznar, donde fue asesinado. Con su ampliación en los años cuarenta, anexionando el antiguo Gobierno Civil, la Facultad de Derecho abrazó el espacio que habitó el poeta en las horas angustiosas que precedieron a su muerte.
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Marcel Proust también murió joven, extenuado por la enfermedad respiratoria que le castigó toda su vida. Los dos denunciaron injusticias de su tiempo, pero sin acritud, valiéndose del alto lenguaje literario del que fueron capaces desde la entrañable bondad que caracterizó sus vidas. Más allá de su genio, dos hombres bondadosos.
* José Esteve Pardo es Catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de Barcelona y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada.
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