La tita Gertrudis telefoneó alterada por el tema ciclista del otro día. Con retranca se refirió a la brillante conclusión de La Vuelta a España ... de 2025 ('annus horribilis' para tantas cosas aquí y en el resto del mundo). Ella sabe de mi afición por pedalear, y quizá por eso llamó espantada tras las imágenes de un Madrid irreconocible un domingo de septiembre: la capital de España 'okupada' en sus cruces neurálgicos por manifestaciones tumultuarias, por unos revirados especialistas en generar el caos, unas criaturitas que se dan maña en lo suyo, en la violencia; esta vez contra la organización de la carrera, contra la policía y contra los propios ciclistas. Claro, salpicando de anarquía y metiendo miedo al ciudadano medio que andaba por allí con sus hijos dispuesto a solazarse ante un acontecimiento deportivo.
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Comenté a tía Gertrudis que, si el ciclismo ya era un deporte arriesgado por aquello de ir sobre dos ruedas guardando el equilibrio y –también- algo jodido según la pendiente que se afronta, ahora pedalear es una actividad muy peligrosa, pues los revirados han comprendido que La Vuelta es el escenario perfecto para ondear banderas y lucir reivindicaciones. Si no fuera así, a los instigadores y revirados que han amargado a corredores y aficionados las etapas de esta Vuelta, no se les habría ocurrido reventar esta competición deportiva.
Defender la causa palestina, la del pueblo esquimal o cualquier otra, podría ser una opción respetable si ello no comporta emplear la violencia al paso de la carrera, ni intentar cortarla cuando los esforzados circulan a 40 kilómetros por hora. Pero, provocar accidentes forma parte de esa dinámica del caos que tan requetebién gestionan estos prendas revirados, que -para pasmo universal- son alentados por ese otro prenda que preside el Gobierno de España. Un desgobernante adicto al poder, que juega al dominó con la sociedad (no diré al ajedrez porque para ello hace falta visión, respeto a unas reglas y al adversario, cosa que no es del caso), un dirigente que ha descartado la alternancia política y con ello la convivencia, uno que considera enemigo al discrepante y no simple adversario, uno que se pasa por el forro las normas constitucionales, alguien para el que todos son trebejos o meros utensilios para sus particulares (e inconfesables) objetivos. En esta ocasión y porque le conviene, ha convertido un evento deportivo en 'kale borroka' con el pretexto de tierna solidaridad con la infancia gazatí. Es decir, utiliza una festividad ciclista para aglutinar a sus ejemplares socios en torno a unos comandos de guerrilla politicastra que permiten al doctorcito seguir atornillado al poder. Lógico en quien vive del cisma y del enfrentamiento.
Convertir un evento deportivo en otra cosa, por noble que sea la causa, es jugar a la confusión, que es de lo que se trata. Esta vez se torpedea el trabajo de unos ciclistas. Otra iniquidad de esas que hoy a nadie extraña.
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