No es ficción. Asturias, región húmeda de España, arde en abril. Se ha quemado –la queman- por los cuatro costados, y a la hora que ... esto escribo son todavía cuarenta los incendios activos en el lluvioso Principado. Ante este panorama me hago una pregunta premonitoria: Si esto sucede al inicio de la primavera en el país del musgo, en el norte de la Península, en esa que aún llaman 'España verde', qué será en verano de la España seca, qué altura tendrán las llamas en el polvorín del sur, en los dominios del esparto y la retama. Aquí, lejos del septentrión, si no pensamos y hacemos algo, puede que todo se torne en solar desértico, en tierra de rastrojos ennegrecidos.
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Los bosques no resucitan al tercer día, como creen algunos. Hacen falta décadas para que la fronda jugosa vuelva a lo que fue. Entre 30 y 50 años tardará en volver por sus fueros aquel manto forestal que regalaba vida antes de ser arrasado por el fuego; y es más que probable –dicen los expertos- que la superficie quemada nunca retorne a su ser.
Esos mismos que creen en la resurrección de la foresta y en que todo ocurre a golpe de click, nos vienen con el cuento 'buenista' de que los incendios no se combaten con el Código Penal, sino obsequiando con cursillos y donuts de chocolate a los pirómanos. Pese a que cada vez son más los fuegos provocados (en suelo asturiano los focos se han multiplicado hasta sumar más de 120 activos simultáneamente), digo, estos que todo lo arreglan con un chasquido de dedos, hacen sonar la balada de que no hace falta elevar las penas por incendios, sino aportar más recursos. ¿Más recursos para qué, para chiringuitos de colegas y visitas guiadas a los rescoldos, o para sentar a los desalmados ante los tribunales? ¿Para especulaciones teóricas de urbanitas o para atender al mundo rural?
No obstante, podría coincidir en algo con los acólitos del 'buenismo' si los recursos que cacarean se destinan a prevención, a limpiar el monte de maleza en invierno y en verano. Lo que no quita cascarles a los terroristas ambientales condenas de hasta 20 años de cárcel por cada incendio forestal provocado si, además, se pone en peligro la vida o la integridad de las personas, junto con el pago de los daños y perjuicios causados (art. 351 del Código Penal).
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Además, los incendios están aumentando de manera no ya cuantitativa, sino cualitativa. Se habla de incendios de sexta generación y, al paso que vamos, pasaremos a la séptima cada vez con más sequedad y más material combustible acumulado.
Así que eso de sensibilizar y masajear a los pirómanos en cursillos de buen rollito, estaría bien sin perder de vista que en este bello planeta hay realidades innegables, que, aunque no gusten están ahí, que, aunque optemos por levitar, existe algo que nos aferra al suelo, y que eso de entrar en trance tras ser abducidos por consignas bucólicas está la mar de bien sobre el papel, pero que luego está la puñetera realidad.
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