Festivo fue el día anterior y quizá no debí hacerlo, podía haberme ahorrado el viaje en previsión de lo que después sucedió y cuento enseguida. ... Pero cuando la pituitaria espolea al estómago, cuando esa glándula del tamaño de un guisante toca a rebato desde su cuartel general en la base del cerebro, entonces, lo mejor es dejarse ir y sucumbir a la ambrosía allá donde sabes que te puede estar esperando.
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Lo confieso, ayer fui a casa de tía Gertrudis al 'volunto' de mis jugos gástricos, esta vez sin motivo, aunque ahora que lo pienso, ante aquel pellizco del duodeno no me quedó más remedio que atender al gusanillo que me colocaría delante de su alacena. Fue algo extraño, a media tarde, y raro en alguien que no acostumbra a picar a la hora de la merienda. Sin embargo, aunque ayer era lectivo había un no sé qué en el ambiente, un aroma a adelantada primavera, a incienso de cofradía que despertaba el apetito, y en un periquete me planté en su puerta.
Tras el saludo y sin más preámbulos pregunté a la tita cómo llevaba los preparativos de Semana Santa. Para los dulces de este tiempo, querrás decir -apostilló ella, trazando media sonrisa-. Y ya que estás aquí –añadió-, prueba las torrijas que hice el domingo, que los hornazos están todavía dorándose en el horno. Sí, fiel a la cita con las tradiciones culinarias de esta época, la tita daba de nuevo la campanada con sus recetas, con esas delicias que van directo al paladar tras un paseo emocional por la memoria de infancia.
Abrí la despensa con cierta solemnidad y entorné los ojos a la vez que el olor a anís en grano, a matalauva y almíbar se me clavaba en el 'sentío'. Ya puestos me apoderé de un ochío coronado de azúcar bronceada, dos pestiños y un buñuelo, y no agarré una onza de chocolate que andaba por allí suelta de puro milagro. Una pieza llevó a la otra sin sobresaltos. Pero cuando iba a hincarles el diente, tía Gertrudis se acercó, abrió el periódico del martes pasado y apuntó con el índice a mi columna al tiempo que percutía con el mismo dedo sobre un párrafo. Yo, que permanecía aferrado a la torrija sosteniendo su viaje hacia mis fauces, deduje que tía Gertrudis quería alguna explicación sobre lo allí descrito como 'monerías legislativas del momento'.
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Resulta que ahora –contesté sin soltar del manjar–, y sin saber qué hay detrás del 'volunto de hiperreglamentar' al ciudadano/a, van a cambiar el Día del Padre por el 'Día de la persona especial', como ya anuncia una visionaria gaditana con vocación parlamentaria. Y también tenemos otra monería legislativa de parecido porte con la regla animalista que llaman de bienestar animal, realidad normativa inminente, en cuya elaboración han prescindido de los veterinarios y de la gente del campo, y quienes la perpetran lucen sus galas de perfectos urbanitas que confunden a todos los animales con mascotas, y apelan al infantilismo lacrimógeno de Disney para sellar su dogma.
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