Pues a mí la feria se me ha hecho corta, dijo Recesvinto con algo de retintín. Les cuento: Hoy nada más saludarnos detecto –para qué ... negarlo- cierto tonillo en su modo de hablarme. Aunque conociéndolo, sé que un alma tan cándida –pese a su cercanía a la jubilación- carece de intención de zaherir a nadie. Es público y notorio que no es su estilo, que Recesvinto es una malva, marchitada, pero malva.
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Además -continuó diciendo-, había que alargarla (referido a la feria, claro) por razones de interés general, ya que las nubes andan remisas con esta tierra y para arrancarles su acuático no basta con que San Lucas asome en el calendario. Eso era antes, cuando nada más colgar el cartel taurino caía aquí la mundial, una secuencia de diluvios que te impedían estrenar aquellos mocasines con los que pretendías pisar fuerte en el recinto, unas gotas que te aguaban la fiesta mientras perseguías con las pupilas a la chica de tus anhelos justo cuando dabas mordisco al bocata de salchichas.
Eran otros tiempos, me atreví a musitar sin pretender interrumpirlo, porque cuando Recesvinto pega la hebra es difícil detenerlo, y más si aborda temas vinculados a lo jaenero. Desde principios del XIX –añadió mi colega- y por culpa de una epidemia de fiebre amarilla y peste se trasladó a octubre la que era feria agosteña, haciéndola coincidir desde entonces con la del ganado y agrícola, de las que por cierto no queda rastro.
En fin, como vi que Recesvinto volvía por sus fueros historiográficos y hasta citaba las apuestas hípicas en la Alameda, me armé de valor y cambié de tercio preguntándole por qué otras cosas habían ocupado sus horas estos escasos días feriados. Así, salió a colación la tómbola, el estruendo casetero, los vasos de plástico conteniendo espumosa a precio de cristal de bohemia y, desde luego, la ligera brisa otoñal convertida en Jaén en huracán de categoría 5 cuando menos te lo esperas.
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Sobre esto último dijo que, sin problema, pues a esos vendavales aquí estamos acostumbrados desde tiempo inmemorial. Incluso desde antes del Teatro Chino de Manolita Chen, aquel espectáculo de variedades que hacía las delicias de la concurrencia con sus galas orientales en una pintoresca combinatoria de números circenses y revista musical; todo un paraíso irreverente –y quizá sicalíptico- a precios populares salpicado de coristas que se anunciaban por toda la ciudad en vallas, tapias y por megafonía, con el prometedor eslogan que rezaba: 'Piernas, mujeres y cómicos para todos ustedes, simpático público!'. Menudo escándalo hoy. (Ay, si la ministra Montero y sus 'secuazas' hubieran tenido entonces mando en plaza, otro gallo nos habría cantado sin duda, el gallipavo de la corrección política, y no aquella inadmisible depravación tan propia de las revueltas de Chiang Kai-shek).
Qué cosas tienes -acerté a decir a Recesvinto-. Pero de eso no tengo memoria, yo no me despegaba de los cacharricos, aunque algo le oí a un vecino.
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