Después de 35 años trabajando en la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP), habiéndolo sido prácticamente todo –desde alumno hasta director en una de las ... etapas que más disfruté profesionalmente–, la reciente designación de Blanca Botello como nueva gerente de la EASP se produce tras más de siete años de deriva institucional, que han desembocado en un modelo desdibujado, sin proyecto, sin visión pública y sin alma. La esperanza es que su nombramiento suponga un giro y estoy convencido que lo puede ser. Pero no basta con cambiar nombres, sino que el cambio necesita volver a un proyecto con liderazgo académico y dejar el control como estrategia única. Lo que está en juego es mucho más que una dirección: es la esencia de una institución única y también de la salud pública.
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Una vida dedicada a la Escuela
He crecido profesional y personalmente en la EASP. He compartido pasillos, ideas, proyectos, viajes, clases y sueños con cientos de profesionales. Desde los programas de formación más innovadores –másteres y diplomas avalados por la Universidad de Granada– hasta la consultoría que nos situó como referente nacional e internacional, la Escuela fue siempre más que un trabajo. Fue mi casa. Fue mi causa.
Hemos formado a muchos miles y miles de profesionales, asesorado en más de 2.500 proyectos, cooperado con casi 30 países, colaborado con la OMS, dirigido oficinas internacionales, y participado activamente en redes europeas de excelencia. Hemos innovado en gestión, evaluado políticas públicas, creado herramientas para pacientes, investigado desigualdades sociales y enseñado salud pública desde la ciencia y desde la humanidad.
¿Quién puede creer que todo esto se sustituye con una «fusión administrativa» como la creación del llamado Instituto de Salud de Andalucía, del que todavía no se sabe cómo va a funcionar ni cuál es su propósito real?
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Siete años de progresivo desmantelamiento
Desde mi cese en 2017, la Escuela ha vivido una muerte lenta. Lo que comenzó con recortes presupuestarios, jubilaciones de profesionales clave y reorganizaciones poco claras, se ha convertido en una desvalorización sistemática, una pérdida de liderazgo y una desconexión con la comunidad científica, social y profesional.
Las sucesivas direcciones –Reyes Álvarez-Ossorio, Blanca Fernández-Capel y Diego Vargas– han contribuido, cada una a su modo, a alejar a la EASP de su misión original. Especialmente preocupante ha sido el papel de algunos responsables, cuya presencia en la dirección ha estado muy alejada del enfoque integral, estratégico y transformador de la salud pública.
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La desaparición de la EASP como referente –aunque nominalmente siga existiendo– es un hecho. Lo es en su debilitamiento institucional, en su menor presencia en el debate público, en la pérdida de conexión con América Latina, en su papel colaborador con la OMS o con los sistemas sanitarios de varias CCAA o de diversos países de Latinoamérica que una vez miraron a Granada como espacio para el debate de su modelo. Esta desaparición es, sobre todo, en la renuncia a su esencia transformadora.
Una Escuela única
Porque la EASP no fue una escuela más. Fue un espacio donde se integraban conocimiento técnico, compromiso social y enfoque ciudadano. Desde la Escuela de Pacientes, pasando por el proyecto PEPSA con personas drogodependientes, hasta estudios como EPIC sobre dieta y cáncer, la EASP abordó la salud desde las causas profundas, no solo desde los síntomas.
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Fuimos innovadores. Fuimos referencia. Fuimos útiles. Y fuimos humanos. Estas son palabras que mejor definen lo que la EASP fue para muchos: un proyecto colectivo hecho de ideas, pero sobre todo de personas.
Una pérdida que costará reparar
No se puede borrar de un plumazo una historia como esta. No se puede sustituir una trayectoria de impacto internacional, premios, reconocimientos y afectos con un nuevo logo o un decreto. El riesgo no es simbólico: es real.
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La desaparición de la EASP implica la pérdida de capacidad para cooperar con otros países, para impulsar políticas de salud pública sólidas en CCAA, para ayudar a construir un sistema sanitario más equitativo y resiliente tanto a nivel de España como de otros países. Pero lo más doloroso es la pérdida de un modelo de gestión basado en el conocimiento, la colaboración y la equidad. Un modelo que debería ser replicado, no diluido.
A quienes hicieron posible la Escuela
Este artículo es también una carta de agradecimiento. A mis compañeros y compañeras, a los administrativos, técnicos, investigadores, docentes, personal de apoyo, y a los más de mil colaboradores externos que fueron parte esencial de esta historia. Gracias por vuestro trabajo. Gracias por vuestra lealtad. Gracias por hacer que la Escuela fuese mucho más que una institución.
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Gracias también a quienes creyeron en nosotros desde el principio, como Patxi Catalá o Pablo Recio, cuya visión permitió que Granada albergara esta joya del sistema público andaluz y español. Su creación fue un hito. Su situación actual, una pena, que espero pueda retomarse con la nueva gerente, una profesional de la salud pública.
Seré siempre de la EASP
Hoy sigo reafirmando mi compromiso. Seré siempre de la EASP. De lo que fue y de lo que representó. De sus valores, de su gente, de su vocación transformadora. Y espero que algún día, quienes hoy tienen la responsabilidad de gestionarla comprendan lo que están dejando perder sino cambian el sentido.
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Mientras tanto, quienes fuimos parte de esta historia seguiremos trabajando –desde donde podamos– por una salud pública digna, inclusiva y científica. Como aprendimos en la Escuela. Como enseñamos desde ella.
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