Vida de hotel

El caso es que El Americano, que a mí me suena a sofisticado, además de a internacional, a Graham Greene y a novela espías; va a ser un hotel, insisto. Y eso me plantea una disyuntiva. La misma que al pasar por la antigua Villamena o por Colón. Mis compañeros de CajaGranada me entenderán. La misma disyuntiva, pero por razones diferentes.

Trabajé en Villamena y pasé horas y horas de formación en Colón. Cuando ambos edificios vuelvan a abrir sus puertas, convertidos en hotel, me gustaría dormir en su interior. Una noche. Una nada más. Qué sensación tan extraña y peculiar, dormir donde una vez trabajaste.

Lo de El Americano es distinto. Creo que jamás he estado en su interior, pero me fascina su arquitectura desde que la descubrí gracias a Ricardo Anguita. A veces me desvío para pasar por allí. Y siempre lo fotografío. Fantaseo, también, con que abran un bar sofisticado, fashion y elegante en sus bajos y acodarme en su barra para beber un Dry Martini o, mejor, un Singapore Sling. Por cómo suena, más que nada. Me da igual lo que lleve. O en la terraza. Porque tendrá terraza. O rooftop.

Creo que, cuando abra, preparé una pequeña valija con ropa diferente a la mía habitual. Volver al traje y a la camisa. Corbata, incluso. Y tomaré una habitación. Es absurdo irte a dormir a un hotel en tu propia ciudad, lo sé. Salvo… pero bueno. Dejemos al margen esa excepción.

El caso es que siempre que viajo y me alojo en un hotel, me siento diferente, otra persona distinta. No es sólo que cambie el paisaje habitual. Soy yo, que miro con otros ojos. La vida de hotel, además de encantarme, me transforma. ¿Pasará lo mismo, aun quedándome en mi misma ciudad?