Tirarse a la piscina

Leo que se han conseguido 2.000 firmas para reclamar una piscina pública en el Zaidín. Sumen la mía, por favor. Pocas ideas más sensatas. Uno de los espacios propuestos es el Parque Miguel Ríos. Sigan sumando mi rúbrica.

Ayer salí a echarme un trotecillo y crucé el flamante parque antes de las 11 de la mañana. Con la chiquillería ya de vacaciones, sería previsible pensar que estaría de bote en bote. Pero no había un alma, excepción hecha de un esforzado forzudo que hacía dominadas en una barra metálica… con las manos protegidas por unos guantes. Aunque todavía no era flama, ya caía la solana. Y como no hay una joía sombra bajo la que cobijarse, hasta que llegue septiembre será un parque inutilizable durante la mayor parte de las horas diurnas. ¿Tiene eso sentido?

El domingo caminaba por mi Avda. de Cádiz y, al comprar el periódico, ironizaba con Francis, mi quiosquero de cabecera. «Parece que haya caído una bomba nuclear, ¿eh? Que no hay un alma en el barrio». Normal… Lo mismo, con una piscina, no tiene que salir todo el que puede de estampida a la playa. Y hasta el que no puede. O a la vera del río, que el camino de la Fuente de la Bicha sí estaba bien nutrido de gente que iba o venía por ambas márgenes del Genil.

Han llegado las vacaciones escolares, la calor está aquí y la mejor aliada para las familias que no pueden mandar a su chiquillería de campamento o mudarse a la playa sería una piscina urbana. Esa a la que no nos podemos tirar por estos lares. Y no porque no tenga agua. Sencillamente, porque no existe.