Cuando leí que Granada va a tener una conexión aérea con Nantes me alegré sobremanera. «Ahí tengo que ir», pensé para mis adentros. Lo mismo ... que a Amsterdam, una ciudad que no conozco y que, en conexión directa con Chauchina, me resulta de lo más apetecible. Y entonces, el jarro de agua fría: al PSOE le parece «insuficiente y penosa» la política de captación de vuelos de Granada. ¡Vaya usted por Dios, hombre! Hacen referencia a la anterior Mesa del Aeropuerto, a sus proyectos y negociaciones y, básicamente, se despachan a gusto con la Diputación.
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El problema que tiene ser oposición después de haber sido gobierno es que, automáticamente, llega la pregunta: ¿qué conexiones internacionales se recuperaron tras el cierre provocado por la pandemia bajo su mandato? Lo mismo fueron quince o veinte destinos del mundo mundial y no me he enterado ¡Qué tiempos, cuando se podía volar desde Granada a Londres, Milán, Manchester, Berlín, Burdeos, Nápoles y a la propia Nantes!
Igual ha pasado estos días con lo referente a la zona de bajas emisiones o a la supresión del aberrante paso del trenecito turístico por la Carrera del Darro. Que la aportada no es LA solución. Como si LA solución fuera algo mágico y sencillo de encontrar y aplicar. La crítica continua, fija y permanente a todo lo que hace el rival político es algo muy arriesgado. Hasta un reloj parado da dos veces bien la hora al día. Si a cada anuncio del gobierno de turno la respuesta de la oposición es ponerlo a parir, sí o también; terminamos por no prestarle atención ni hacerle caso alguno. «Ya están estos otra vez… ¡Foh! Vuelta la burra al trigo». Ser oposición no puede ser decir que no a todo de forma sistemática. O no debería. Al menos, si no se aportan ideas o propuestas no solo constructivas, sino de aplicación razonable en un corto plazo de tiempo. No basta con hacer grandes proclamas maximalistas que suenan muy bien, pero que en realidad son vacuas e inútiles como los brindis al sol. Por no hablar de que esa actitud de crítica constante y permanente acaba transmitiendo una sensación de negatividad, pasividad e inmovilismo. Una pose muy cercana al ser cenizo, gris y ceniciento, ése que, reacio a cualquier cambio o avance, nunca está de acuerdo con nada de lo que se propone, aunque tampoco tenga nada que proponer.
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