La naturaleza se rebela

Jesús Lens

Miércoles, 23 de octubre 2024, 23:48

El martes coincidían en el IDEAL impreso dos noticias de las tristes y luctuosas, con sendos animales como involuntarios protagonistas. Un perro de los catalogados ... como peligroso, «un pitbull o american stanford blanco y negro», mordió en Albolote a un niño de dos años, destrozándole una pierna. Su dueño se dio a la fuga, pero no tardará en ser localizado y habrá que escuchar las típicas explicaciones que tratan de justificar por qué iba sin bozal, empezando por lo bueno que es y que nunca había protagonizado ningún incidente violento. ¡Faltaría más! Aunque casos de reincidencia, haberlos, haylos.

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La otra noticia es más extraña aún. Que un perro de determinadas razas muerda a un transeúnte, por desgracia, pasa más a menudo de lo que nos gustaría, pero lo del venado homicida de Castril sí es inédito, tremendo y espantoso. Una pareja de ancianos había domesticado a un ciervo y, por razones todavía sin aclarar, se revolvió contra ellos, matando al hombre, de 91 años de edad, y dejando malherida a la octogenaria mujer. El hijo de ambos, después de ser vapuleado él también, consiguió matar al animal a tiros.

Desde que vimos 'Bambi', los ciervos ocupan una parcela importante en nuestro corazoncito. Es uno de los problemas de las edulcoradas historias protagonizadas por tiernos animales humanizados: hay gente que se lo cree.

En los cuentos de antes se advertía sobre los peligros de salir solos al bosque. De las amenazas, riesgos y asechanzas que te podían esperar al otro lado de la espesura. Unos eran humanos —no hables con extraños— pero otros eran animales, empezando por el lobo de Caperucita. ¿En qué momento empezamos a pensar que podíamos dominar y domeñar a la naturaleza, convirtiéndola en un jardín particular, como si fuera el patio de nuestra casa? ¿Y lo de convertir a cualquier animal en mascota?

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Hace unos meses veíamos la serie 'El quinto día', en la que el mar y sus criaturas se rebelaban contra la humanidad. Los primeros episodios eran inquietantes y desasosegantes al máximo, entre ataques de orcas, tsunamis y peces que envenenaban a los comensales de los restaurantes costeros. Era ciencia ficción, obviamente. Pero también un recordatorio del respeto que le debemos a la Madre Tierra y al resto de sus criaturas. Respeto en todos y los más amplios sentidos de la expresión.

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