No, no escribo bajo los efectos de una insolación. Ni de la sangría o el vino de verano. Pero así se lo digo: ya llega ... la Navidad. En los últimos días me la he encontrado en forma de décimo de lotería, lo que ya es un clásico veraniego, como la barbacoa; y de recomendación de reserva para cenas, eventos y otras blancas celebraciones. Hace años cobrabas conciencia del principio del fin del verano con los anuncios de la vuelta al cole, que abarcaban lo mismo la compra de los libros de texto que de uniformes y ropa académica. Ahora, todavía no estamos en agosto y ya nos invitan a ser previsores con la Navidad, no sea que nos quedemos sin el décimo 'premiado' de lotería que nos sale al paso en nuestro destino vacacional o sin reserva para la última cena (del año) con los colegas.
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Uno de los síntomas del caos en que vivimos es este tipo de contrasentidos temporales. Nos incitan a adelantar con ansia lo que todavía debería resultar muy lejano y suspenden los ciclos naturales de la vida que marcan las estaciones. Pasa con los alimentos que antes eran de temporada y ahora están siempre en los lineales de los supermercados, bien importados, bien manipulados para alargar su existencia hasta el infinito y más allá. Pasa con los deportes, cuyas temporadas son cada vez más largas, inventándose competiciones para estirar el chicle y exprimir las ubres de la gallina de los huevos de oro, si me permiten mezclar churras con merinas, vacas con aves. Lo del fútbol es particularmente escandaloso. Este año, apenas terminada la Liga y sin tiempo para despedir a su veterano entrenador, el Real Madrid ya estaba en EE UU jugando no sé qué competición internacional con un nuevo coach al que se exigía, ya, resultados. Y cuando todavía no se había jugado la final, los equipos más punteros ya comenzaban la pretemporada. ¡La vin qué empacho, compae!
Antes los cines apenas proyectaban grandes películas estos meses. Los veranos eran temporada baja y había que esperar al otoño y a la Navidad para los grandes estrenos. Ahora todo el monte es orégano hollywoodiense. Y con las plataformas, más. Lo sé, lo sé. Esta es una columna viejuna, pero a veces, echamos de menos los pausados tiempos de antaño.
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