Hace un par de semanas, caminaba de vuelta al Zaidín cuando me llegó un olor fétido. A podrido. A 'retestinao'.
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Busqué con la vista al ... camión de basura, seguro de que acababa de vaciar algún contenedor. Pero ni estaba a la vista ni se escuchaba su rumor, más o menos lejano. El olor, sin embargo, seguía ahí.
No le eché más cuentas, pensando que sería algo puntual, pero ayer me volvió a pasar. Y no creo que sea sinestesia, precisamente.
Uno de los problemas endémicos de Granada es la suciedad. Y el ruido. Pero de esto hablamos otro día. Que seamos una ciudad universitaria con decenas de miles de estudiantes tiene su parte buena, pero también conlleva algunos problemas de difícil gestión para la ciudad.
Pasear un domingo por la mañana es encontrar restos de la fiebre del sábado noche por doquier. Restos de todo tipo y condición. Sólidos, líquidos y hasta gaseosos. Ustedes me entienden…
El ser cerdos no es patrimonio exclusivo de la gente joven, ojo. Como el gritar y pegar voces con cualquier excusa y pretexto. Pero de eso hablamos otro día.
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Tenemos a los fumadores que tiran las colillas al suelo, las aceras llenas de chicles pisados y a los dueños de perros que socializan sus desechos para uso y disfrute de toda la ciudadanía.
Así podríamos seguir hasta el infinito y más allá.
Y está la calor, claro. A las puertas del Pilar y a cerca de 40 grados, la basura acumulada hiede mucho y mal.
Recogerla y mantener las calles limpias es muy costoso, sobre todo con estos calores, con todo el mundo todo el día en las calles y los contenedores al punto de ebullición muchas horas.
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Desde la oposición es muy fácil criticar que Granada está sucia. Arreglarlo al llegar al poder, sin embargo, resulta bastante más complicado.
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