Me lo contó un amigo a través de audio de guasap. Que su urbanización acaba de ser víctima del último reto viral que se ha ... puesto de moda. ¿Saben ustedes de qué va? Cuando lo escuché creí haber oído mal. ¡Cagarse en las piscinas! Así como lo oyen.
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A mí, las piscinas me gustan más como concepto que como realidad. Me encantan en los cuadros de David Hockney y nunca me olvidaré de Burt Lancaster en la muy decadente y melancólica 'El nadador'. Pero bañarme, lo que es bañarme… me cuesta. Todo lo contrario me pasa con el mar, en cuyas aguas adoro sumergirme para nadar, flotar o, sencillamente, dejarme llevar. En cuanto el zurullo —disculpen la grosería escatológica, sobre todo si están desayunando o tomando una caña con su tapilla… ¿quizá de morcilla?— aparece en el agua, toca cerrar la piscina, desinfectar y no sé cuántas cosas más.
¿Y si el reto viral de la cagada fatal fuera algo punki y contestatario, una actitud antiburguesa frente a la vida? Me lo decía una amiga, que lo mismo es algo reivindicativo. Podría serlo si se limitara a las piscinas 'privadas' de urbanizaciones o residenciales, algo muy a lo Haneke. Pero es que los gamberros también se ciscan en las piscinas públicas, el único refugio climático auténticamente democrático, más allá de las sombras de los árboles y los centros comerciales.
Ahora que lo pienso: dado que en lo que va de verano se han cerrado varias playas granadinas por presencia masiva de bacterias fecales en sus aguas… ¿será que hay débiles mentales que han decido llevar el reto al medio salino? En ese caso, ya le han puesto ganas y empuje, que no es lo mismo cerrar una piscina que toda una playa.
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Había pensado terminar esta columna señalando que me parece increíble que, con todo lo que pasa en el mundo, aquí haya retos virales como éste tan lamentable y cagalitroso. Pero bien pensado, posiblemente no haya mejor metáfora de los tiempos que nos han tocado vivir.
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