Ya les conté que la semana pasada estuve escuchando a Zapatero, que vino invitado por la Sociedad Fabiana Española. Y les hablé del europeísmo y ... el Meteorito Trump. Al final de la sesión, mi querido y admirado Antonio Claret hizo una pregunta: ¿cómo conseguir que reflexiones tan interesantes como las del expresidente del Gobierno trascendieran el marco en que son expuestas y lleguen a la gente?
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Zapatero abjuró de las redes sociales, acusándolas de fomentar el individualismo y el egoísmo, propiciando más la confrontación y la bronca que la concertación y el diálogo. Defendió la importancia de volver al cara a cara, de salir a la calle. De aparcar las pantallas y el móvil. De hacernos más analógicos que virtuales.
Tal y como están las cosas, eso sería una auténtica revolución, efectivamente. Pero no es nada sencillo, tal y como está el patio. Pensar y reflexionar, escuchar y hablar, volver a darle vueltas a la cabeza sin caer en el argumentario simple, la pelea partidista y el insulto grosero sería casi milagroso.
Les confieso que a mí también me cuesta cada vez más. De hecho, mis interlocutores de referencia son los periódicos y las revistas. Con los amigos, en el bar o dando una vuelta, hablo de baloncesto, libros y películas. Y ya. Que no es poco. Pero es sintomático.
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Entonces me acordé de la psicoanalista Lola López Mondéjar y su defensa de los talleres de escritura y los clubes de lectura como espacios revolucionarios que crean pensamiento crítico, que crean análisis. Y me retrotraje a aquellos tiempos en que compartíamos los periódicos en las barras de bares y cafeterías y comentábamos la actualidad de una forma tranquila y sosegada.
Ahora leo mi periódico casi a hurtadillas con mi café y mi media de serrano, tratando de pasar lo más inadvertido posible. Y me da coraje. ¡Qué ganas de montar un club de lectura, solo, para comentar el IDEAL del día!
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