El escudo municipal frente a la adicción digital de los menores

Javier Luna Quesada

Lunes, 15 de septiembre 2025, 23:15

Las pantallas se han convertido en la compañía constante de niños y adolescentes. Pasan más horas conectados que en cualquier otra actividad, y las consecuencias ... empiezan a ser alarmantes: sedentarismo, problemas de sueño, ansiedad, depresión y una peligrosa sensación de soledad. Uno de cada cinco adolescentes en España hace un uso problemático de internet y de las redes sociales, según el Plan Nacional sobre Drogas. Estamos criando una generación atrapada en algoritmos diseñados para la adicción.

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Las redes sociales multiplican la comparación social y fomentan la sobreestimulación continua, dificultando la concentración y aumentando las tasas de fracaso escolar. Psicólogos como Marc Masip las llaman «la heroína del siglo XXI», mientras que expertos internacionales como Jonathan Haidt alertan de que estamos malogrando a toda una generación si no reaccionamos con urgencia. Los jóvenes empiezan a tomar conciencia de las consecuencias de un uso inadecuado de las redes sociales, un estudio reciente en Inglaterra ha puesto de manifiesto que la mayoría de los jóvenes estarían de acuerdo en un toque de queda digital a partir de las 22 horas.

En Estados Unidos, algunas ciudades y estados han demandado a las grandes tecnológicas, acusándolas de perjudicar conscientemente la salud mental de los jóvenes. En la Unión Europea, la nueva Ley de Servicios Digitales prohíbe la publicidad dirigida a menores y exige medidas contra algoritmos adictivos. En España, el Gobierno prepara una ley que obligará a activar los controles parentales por defecto en todos los dispositivos.

Pero la gran pregunta, más allá de las leyes y prohibiciones, que tenemos que hacernos es la siguiente: ¿qué alternativas reales deben ofrecer los poderes públicos, particularmente los ayuntamientos, a los menores para que estos reduzcan el tiempo que dedican a las pantallas en su tiempo de ocio? Sin alternativas atractivas, saludables y accesibles, cualquier regulación quedará coja.

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El comité de expertos que en 2024 asesoró al Gobierno fue claro en su informe, los poderes públicos deben organizar alternativas de ocio no digital —especialmente en fines de semana y vacaciones— para prevenir los efectos nocivos de las pantallas. Aquí entran en juego el deporte y la cultura, desempeñando un especial protagonismo los ayuntamientos que son el poder público más cercano con competencias en ambas materias, a la hora de programar actividades deportivas y culturales dirigidas a la infancia y adolescencia. Además, en Andalucía los ayuntamientos cuentan con un respaldo legal expreso: la ley andaluza de infancia y adolescencia de 2021 les reconoce a los menores el derecho a la cultura y el deporte y obliga a los ayuntamientos a poner los medios que garanticen su plena efectividad.

El deporte ofrece a los menores un antídoto contra el desorden vital que genera la adicción digital. Participar en un entrenamiento o en una competición deportiva no es solo ejercicio físico, sino que también les obliga a organizar horarios, regular las comidas y descansar. El deporte disciplina, genera hábitos saludables estables y, sobre todo, fomenta la socialización cara a cara con los otros, antídoto natural contra el aislamiento y la soledad. Además, su práctica libera endorfinas que reducen el estrés y mejoran el estado de ánimo. También contribuye a un mejor sueño, reduciendo la tentación de pasar la noche frente al móvil.

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La cultura, por su parte, abre otra vía esencial. Pintar, escribir, actuar, bailar, leer o tocar un instrumento musical son actividades que conectan a los menores con sus emociones, con su historia y con los demás. La cultura estimula la creatividad, la empatía y el pensamiento crítico. Un adolescente que descubre el teatro o la música no solo se aleja de la pantalla, sino que también aprende a narrar su propia historia, a explorar otras realidades y a valorar la belleza de lo cotidiano en el mundo real.

En esta era de noticias falsas y discursos de odio, la misión de las bibliotecas municipales con la colaboración de los centros escolares y de las familias, cobra un valor renovado. No pueden limitarse al préstamo de libros, deben convertirse en espacios de alfabetización digital e informacional, enseñando a los menores a discernir entre información veraz y manipulación, a reflexionar antes de compartir y a reconocer la trampa de los discursos de odio. La cultura tiene que darles las herramientas intelectuales y emocionales para ser ciudadanos críticos y libres.

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No se trata de demonizar las tecnologías de la comunicación. Los menores seguirán creciendo con móviles, tabletas y redes sociales, y así debe ser en un mundo digitalizado. Lo que importa es el equilibrio entre el mundo digital y el mundo real, preservando siempre la salud mental de nuestros menores. La regulación es imprescindible, pero no es suficiente. La verdadera solución pasa por, entre otras acciones, construir una oferta de vida fuera de las pantallas que sea tan rica, estimulante y gratificante que los menores no sientan la necesidad de refugiarse compulsivamente en ellas.

Deporte y Cultura son, juntos, el escudo municipal que necesitamos para proteger la salud física, mental y social de nuestra infancia y adolescencia.

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