La relación médico-paciente, un olvido imperdonable

«A consecuencia de la incorrecta gestión política y social de la medicina primaria nos enfrentamos a un panorama desolador»

Javier Castejón

Médico cirujano (jubilado) y experto en gestión clínica

Viernes, 15 de marzo 2024, 22:12

«Voy a darte ahora mi regalo de madrina: te haré un médico famoso. Cuando te llamen a visitar un enfermo, me encontrarás siempre al ... lado de su cama. Si estoy a la cabecera, podrás asegurar que le curarás. Pero si me ves a los pies de la cama, el enfermo me pertenecerá, y tú dirás que no tiene remedio y que ningún médico le podrá salvar»

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Así se dirigía la propia Muerte, según el relato de los hermanos Grimm en 'La muerte madrina', al protagonista de la historia, quien deseaba convertirse en médico sanador. Desde entonces, hay quien afirma que la muerte es quien se sienta a los pies del enfermo, mientras el médico lo hace a la cabecera. Y ahí empieza el duelo entre ambos, el de uno por mantener vivo al paciente, y el de la otra por llevárselo a la ultratumba tras arrancarle la vida.

De cualquier forma, y sean cuales fueren las fuentes a las que recurramos (literarias o históricas) y la forma en que adjetivemos al médico general (de cabecera, de familia, de atención primaria) es evidente que este es (y debe seguir siendo) el más cercano al paciente en los momentos más decisivos de su existencia, como son el nacimiento, la enfermedad y la muerte. Explicado de esta forma es incuestionable la función principal (para el individuo y para la sociedad) y la dignidad inherente al médico de cabecera. Pero en los últimos años, políticos y gestores parecen estar disputándose la destrucción de esta figura, despojándoles ya no de sus funciones, sino lo que es más terrible, del contacto frecuente y personal con sus pacientes.

El médico de cabecera es, según la WONCA (Organización Mundial de Médicos de Familia, en su acepción anglosajona), «el médico que ofrece a los individuos y familias atención sanitaria personal, primaria, continua e integral». En base a este concepto, es evidente que se trata del facultativo más cercano al paciente y el primer (y muchas veces, el último) cuidador al que recurre el ciudadano cuando se siente enfermo. O, al menos así debería ser.

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Antecedentes históricos o literarios aparte, el verdadero y definitivo despegue de la profesión hasta la imagen actual de la atención primaria se sitúa en la Conferencia internacional de la OMS celebrada en Alma-Ata en 1978, que acuñó el lema «Salud para todos en el año 2000», reconociendo implícitamente que el derecho a la protección de la salud es un derecho humano fundamental, recordando a los gobiernos la obligación de cuidar de la salud de los pueblos. Después, en la década de los ochenta, y sobre todo tras la Ley General de Sanidad de 1986, adquirió el rango de especialidad oficialmente reconocida y articuló la formación de los médicos que la elegían como modo de vivir la medicina. Hoy día es (o debería ser) el eje vertebrador de la atención médica.

Así fue perfilándose en la historia la figura del médico de familia actual, sea cual fuere la acepción con que le nombremos. Es evidente que se trata de la figura central de la sanidad, por cuanto es la más cercana al paciente, y también la única capaz de integrar todos los aspectos de la actual medicina atomizada por la multitud de procedimientos y especialidades que precisa la mayoría de los enfermos.

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Pero hoy, desgraciadamente, a consecuencia de la incorrecta gestión política y social de la medicina primaria nos enfrentamos a un panorama desolador donde cada vez parece más difícil e infrecuente el desarrollo de una adecuada relación médico-paciente y, en consecuencia, de una correcta asistencia médica al enfermo. Los usuarios del sistema sanitario público observan estupefactos como crece el numero de días de espera hasta la consecución de una consulta con su médico, cuando no le ofertan como mal menor, una conversación telefónica con el mismo.

Según datos de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, el deterioro de la medicina primaria se agrava en Andalucía, habiéndose constatado hasta 21,75% de enfermos que no consiguieron atención en su centro de salud pese a la relevancia del caso. Los pacientes, en su desesperado intento de encontrar asistencia correcta, cada vez cortocircuitan con mayor frecuencia al médico de cabecera y acuden a las urgencias hospitalarias, que así se ven sobrecargadas de procesos las mas de las veces banales y no tributarios de tratamiento urgente. El papel del médico de familia como introductor al sistema sanitario y guía del paciente dentro de éste hace tiempo que se dinamitó por gestores y políticos. Cabe preguntarse qué se pretende con este deterioro progresivo (que no parece depender de ideologías políticas, pues una tras otra lo sostienen y propician en su periódica turnicidad en el poder) de la atención primaria que cada día aleja más al médico de cabecera de sus pacientes.

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Unos y otros se acusan mutuamente de la gestión del rival político para justificar su escasa capacidad para asumir la realidad, y el tiempo pasa mientras el deterioro de la asistencia médica primaria se cronifica en nuestra sociedad.

Desde el año 2017, la Organización Médica Colegial, consciente de este grave problema que atañe a la sociedad y del que nadie parece hacerse cargo, viene solicitando a la UNESCO que declare la relación médico-paciente patrimonio inmaterial de la Humanidad. Con esto pretende simplemente poner en valor dicha relación para así intentar salvarla del olvido político y social.

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Hoy el medico de medicina primaria no se sienta a la cabecera del paciente, sino que le atiende tardíamente, cuando no por teléfono. Y ya lo anunció Séneca:

«No puede el médico curar bien sin tener presente al enfermo».

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