Negacionistas y herejes

El negacionismo atañe a la verdad científica y la herejía a la verdad religiosa. Por ello cabe alarmarse cuando se detecta una enorme similitud en el trato que la sociedad da a ambas cuestiones

Javier Castejón

Lunes, 26 de febrero 2024, 23:44

«Cogito ergo sum (Pienso, luego existo)». A partir de esta afirmación, Descartes desarrolló su teoría del conocimiento, en la que sostiene que el ser ... humano solamente puede llegar al conocimiento a través de la duda y mediante el uso de la razón.

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Esta afirmación constituye desde entonces la base semántica del método científico, porque describe la actitud de la ciencia cuando se enfrenta a la resolución de cualquiera de los millones de interrogantes que rodean la existencia humana.

Precisamente porque la duda constituye la base racional del desarrollo científico, siempre hubo gente a favor y en contra de cualquier hipótesis científica. Y las dudas surgidas en torno a la diversidad de teorías fueron el campo que abonó el progreso del conocimiento.

Pero de un tiempo a esta parte se comienza a acusar a quienes no asumen ciertas hipótesis, admitidas como pertenecientes a la ciencia oficial, de 'negacionistas'. Negacionistas son quienes dudan de la teoría del cambio climático, quienes no terminan de creerse la extrema peligrosidad de la pandemia Covid o la eficacia postulada de las vacunas para combatirla. Incluso, en un ejercicio llamado a señalar su posible incompetencia, se les llega a igualar a los que niegan el holocausto nazi, metiendo a todos en un saco que pretende expulsarlos de la sociedad supuestamente racional, al haberse atrevido a poner en duda los postulados de lo que hemos llamado ciencia oficial, la que se sustenta en organismos oficiales y doctrinas políticas del momento.

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¿Que sería del cúmulo de afirmaciones vertidas en torno a la pandemia y las vacunas, si la OMS y las diversas agencias oficiales responsables del control de los medicamentos no estuvieran detrás de la cuestión? ¿Qué sería de las teorías del cambio climático si no estuvieran impulsadas por la llamada Agenda 2030?

Actualmente, ir contra la corriente oficial del pensamiento convierte a cualquier persona en un 'negacionista', que pasa a ser tratada por medios de comunicación y redes sociales como un hereje. ¿Cómo si no puede calificarse al continuo vapuleo y desprecio que en estos medios sufre cualquier ciudadano con solo apelar al análisis crítico de cualquier verdad oficial?

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Esto pasa hoy con frecuencia creciente a científicos de renombre. Baste citar como ejemplo al recientemente fallecido profesor Luc Montagnier, virólogo del Instituto Pasteur, por haber manifestado su convicción acerca del origen sintético del coronavirus causante de la pandemia. Esta afirmación (que actualmente se estudia como probable por organismos estadounidenses) le costó, después de haber alcanzado el reconocimiento científico con el premio Nobel de Medicina por su hallazgo y descripción del virus del SIDA, la persecución mediática hasta el desprestigio y práctica expulsión de la comunidad científica.

El negacionismo atañe a la verdad científica y la herejía a la verdad religiosa. Por ello cabe alarmarse cuando se detecta una enorme similitud en el trato que la sociedad da a ambas cuestiones.

El término 'hereje' en sus inicios se relacionó con la preferencia determinada por una doctrina filosófica. Pero después comenzó a referirse a 'secta religiosa' o disidencia en el cristianismo primitivo, cuando se introdujo la noción monoteísta de verdades reveladas. Este fue el momento de la historia en que, los que atrevían a poner en duda los dogmas (verdades directamente reveladas por Dios según la Iglesia oficial) comenzaron a ser excomulgados, cuando no encarcelados, torturados o directamente ejecutados en la hoguera por la Santa Inquisición.

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La historia también nos proporciona ejemplos de persecución por motivos no religiosos, sino científicos, aunque menos conocidos en general. La crónica negra del Big Bang nos describe cómo numerosos científicos fueron perseguidos hasta su exilio o ejecución por el régimen estalinista (Landau y Friedman entre otros) y la Alemania nazi (Weyl y Einstein, asimismo entre otros), simplemente por haberse atrevido a apoyar la teoría del principio del universo actualmente admitida por la generalidad de los astrofísicos. Por aquellos años y en aquellos países, la ciencia oficial (sustentada por los regímenes políticos respectivos) apoyaba la hipótesis del 'universo eterno'.Y aquellos de entonces no podían tolerar la disidencia ni siquiera en el ámbito científico. Se habló de 'ciencia judía' en Alemania y de 'física antimarxista' en la URSS. Astrofísicos y matemáticos murieron o fueron deportados por esta causa. Algunos, como el padre de la teoría de la relatividad, huyeron al exilio.

Parece que aquellos tiempos de intolerancia científica renacen en la sociedad actual, pues ya no se permite el ejercicio de la duda como método. Todo el que pone en tela de juicio la hipótesis del cambio climático o la pertinencia de las limitaciones de libertad que todos hemos vivido en tiempos de pandemia es acusado de negacionista y denostado por los medios de comunicación.

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Antes de seguir, el autor debe afirmar que personalmente no tiene pensamiento concreto sobre la teoría del cambio climático (carece de cocimientos necesarios para formarse una idea al respecto) ni niega la

existencia de la pandemia Covid, aunque sí reclama un análisis más crítico de estas y otras cuestiones científicas defendidas por la ciencia oficial, que además de sustentarse en la corriente política dominante, crece alimentada por intereses económicos subyacentes.

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El método racional de Descartes, la duda como base del avance del conocimiento, debe volver a instaurarse en el diálogo entre científicos, que debería estar exento de calificativos como el de «negacionista». Cuando a un científico (como al profesor Montagnier) se le acusa de negacionista es porque se pretende cuanto menos apartarlo del diálogo social en favor de intereses espúreos.

Los postulados científicos no deben esconder intereses económicos ni políticos. La duda como método y el respeto a la relatividad del conocimiento científico (nunca absoluto) debe volver a instaurarse en la sociedad y en sus medios de comunicación. Si la teoría del Big Bang ya escribió su crónica negra, las actuales hipótesis controvertidas en el mundo de la ciencia no deben volver a condenar científicos críticos a la exclusión. «Cogito ergo sum»

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