«¡Oh, amor, solo tú sabes el modo de reducir el Universo a un beso!». Este fragmento del poema de José Martí expresa de forma ... magistral la importancia del beso para el ser humano.
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El beso, específicamente ese de carácter romántico-sexual, en su descripción más literal, es un gesto que involucra el contacto físico de los labios y el intercambio de saliva entre dos personas. No obstante, esta descripción se queda pobre para un acto que ha inspirado innumerables poemas, despertado historias de pasión, desencadenado asesinatos e incluso iniciado guerras entre los humanos, aunque siempre alimentando la fantasía romántica capaz de transportar a sus protagonistas a dimensiones metafísicas.
Cómo si no podría interpretarse la afirmación de Bécquer, cuando escribe:
«Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo, / por un beso… / ¡yo no sé qué te diera por un beso!»
¿Qué esconde este misterioso gesto entre dos humanos que tanto poder concentra su realización?.
¿Qué diría Bécquer si se enterara de que hoy los neurocientíficos han evidenciado que durante los besos enamorados ocurren tormentas hormonales y activaciones de centros nerviosos? Si por una mirada ofrecía un mundo, y por una sonrisa, el cielo, ¿qué daría a cambio de la liberación de oxitocina y vasopresina, o la activación de la corteza prefrontal del cerebro, que tienen lugar cuando se funden los labios enamorados?
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Ahora se sabe que, como afirman varios psiquiatras colombianos en su trabajo titulado «Neurobiología del amor romántico», que cuando besamos apasionadamente se liberan un buen número de hormonas que generan gran sensación de bienestar. Son endorfinas, oxitocina y vasopresina, todas relacionadas con la excitación sexual. A éstas les seguirán catecolaminas, que elevarán la frecuencia de los latidos del corazón. A esta tormenta hormonal se sumarán además activaciones de doce áreas cerebrales, según el estudio de Stephanie Ortigue, de la Universidad Nueva York.
A esto añaden otros investigadores de la Universidad de Princeton (EEUU) que «el cerebro humano está equipado con neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja, tanto con los ojos cerrados, como en espacios sin luz». Es de destacar la coincidencia de este «dato científico» con la observación de nuestro admirado Bécquer, quien nos describe el beso como «un rayo de luz que en un instante brilla y se desvanece», imagen que sugiere la fugacidad del momento del beso, pero también su intensidad y su capacidad para iluminar la oscuridad.
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Indagando aún más en estudios de carácter científico sobre el «beso enamorado», descubrimos que investigadores del Imperial College de Londres han descrito recientemente la hormona afrodisíaca 'kisspeptina' (regulada por el gen 'Kiss 1'), que aparece en la pubertad coincidiendo con el despertar de la líbido. A esta hormona, entre otros efectos, se le reconoce que favorece el romanticismo y contribuye a regular la respuesta emocional. Fueron estos mismos científicos quienes denominaron a este gen y esta hormona con sus nombres respectivos, precisamente porque 'kiss' en su idioma significa 'beso'. No en vano, coloquialmente, en el ámbito de la neurociencia, se la denomina 'la hormona de los besos'.
¿Debemos entonces optar por interpretaciones becquerianas que consideran el beso como un acto de amor-atracción capaz de transportarnos a paraísos inolvidables, o como fenómenos bioquímicos y neurológicos, de evidente base científica, pero de interpretación mas prosaica y cercana a la reducción materialista del fenómeno?
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Está claro que el ser humano transcurre su vida entre materia y espíritu, y cualquier cosa que nazca en su interior o le suceda en su vida puede ofrecer lecturas más cercanas a lo prosaico o a lo metafísico. A lo prosaico si así se considerase exclusivamente el beso enamorado como simple expresión de realidades bioquímicas y neurológicas. Visto así, el amante debiera ser considerado depósito de tormentas hormonales, antes que protagonista romántico.
Otra lectura, al estilo Bécquer o Martí, sería más metafísica si, olvidándonos de hormonas y centros nerviosos, fuéramos capaces de sumergirnos en los labios enamorados y, como Romeo, afirmar cuando recordaba su último encuentro con Julieta:
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«...Y respiraba tal vida con besos en mis labios, que reviví y fui emperador...»
Stephanie Cacioppo, neurocientífica de la Universidad de Chicago, afirma que está científicamente comprobado que somos mejores personas cuando estamos enamorados. Y va más lejos al decir que los sistemas hormonales y neurológicos de ambos enamorados, sobre todo en los momentos de fusión labial, se modifican paralelamente liberándose en ambos al mismo tiempo las hormonas del beso, y activándose, también en ambos y al mismo tiempo, los circuitos neuronales del amor.
En conclusión, ya fuera en base a las afirmaciones de los neurocientíficos, como desde la concepción de los poetas románticos, deberíamos asumir como propio el poema de Shakespeare que afirma:
«Cierro los ojos y me pierdo en tus labios, / en ese beso sincero y cálido, / que me llena el alma de amor, / y me hace volar sin restricciones».
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