Antonio Agudo Martín
¡Que vuelvan los romanos...
La política puede cambiar lo de Jaén, pero los políticos, no. A los hechos, los ocurridos y los que se quedaron en nada en los ... últimos 30 años, me remito. Nuestra provincia ha entrado, se ha zambullido de cabeza en la poza de la España vaciada y aún sigue buceando sin haber encontrado el fondo todavía. Basta darse una vuelta por las hemerotecas de este periódico para constatar que lo que está pendiente ya lo estaba hace décadas y así parece que lo seguirá siendo.
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Ahora queremos importar el método turolense de hacer ver que existimos entre Despeñaperros y puerto Carretero. Se quiere crear un partido que se presente a las elecciones y que, consiguiendo uno o dos diputados, la aritmética de las mayorías parlamentaria obligue al gobierno de turno a que deje de ser rácano con Jaén. Que por fin los presupuestos públicos sean justos con este territorio que hasta el momento sólo ha obtenido de las Cortes frustración y del Consejo de ministros, melancolía.
No sé. No lo veo. Soy pesimista en este sentido. No estoy seguro de que sepamos crear un lobby de presión eficaz. No tenemos práctica en el cabildeo. Más bien nos han presionado a la contra a tenor de lo que una obra pública tarda en hacerse.
Ya lo escribí hace algún tiempo en estas páginas, con Roma, la Imperial digo, estábamos mucho mejor. Teníamos una Vía Augusta que nos conectaba con el resto del orbe conocido a través del Levante y no como la A-32 que sigue sin terminar desde que se iniciaran las obras, tan eternas como la capital del Imperio. Las calzadas eran fluidos capilares que acercaban los territorios y las mercancías y las legiones iban y venían en un trasiego que echamos ahora de menos en las silenciosas campiñas y serranías de Jaén.
Así que qué quieres que te diga amigo, a lo mejor nos sería más útil que volviera el emperador Adriano, que aun siendo sevillano no era nada centralista. Podría colocar a sus pretores en lo de la Carrera de San Jerónimo para recordarles a los modernos togados que se deben a sus territorios y que lo de procrastinar está bien para unos días, pero que en Jaén lo llevan haciendo desde hace tres décadas. Adriano fue capaz de hacer su famoso muro en Inglaterra en apenas seis años. En Jaén, en 30 años no terminan una carretera.
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Ernesto Medina Rincón
...y la Mesa de Salomón!
Sigamos de romanos, compadre Antonio. Cuenta la tradición que Tito, hijo de Vespasiano y más tarde emperador, cuando hubo entrado a sangre y fuego en Jerusalén se birló para sí la Mesa de Salomón, en la que el homónimo había grabado el nombre de Dios, lo cual confería a su poseedor poder absoluto. Este objeto, sujeto a los avatares de la historia, se tornó viajero. Hasta que recaló en Jaén, como amena y documentadamente explica don Juan Eslava Galán (con don por los méritos que a su pluma son debidos).
La Mesa, sin embargo, sigue perdida. Igual que nuestra provincia. Adormecida en un pasado que recordarse quiere glorioso. Resignada a un milagro que no llega. Solemos achacar la culpa de nuestros males a los caciques y a los pésimos políticos locales. De tan oído el argumento me pregunto cuánto tiene de leyenda. Cual aquélla que narra que Espeluy es -perdón, era; ¡en qué estaría yo pensando! - nudo ferroviario por los caprichos del preboste de turno. Las culpas que tenemos los sumisos habitantes del otrora llamado Santo Reino -que prosapia y ringorrango tenemos para dar y regalar- las enterramos bajo un manto de fatalismo y resignación.
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A lo que voy, maestro Agudo, es que para qué buscar plataformas ciudadanas y embarcar en la aventura a unos mártires si, llegada la hora de la verdad, votamos a los de siempre y no somos capaces de quemar ni un cubo de basura en una manifestación reivindicativa. En el caso hipotético de que pongamos unos diputados en Las Cortes, tengo para mí que nos los engatusan en los madriles tan poco acostumbrados estamos al chalaneo. Mas por no incurrir en aquello que critico, estoy dispuesto a salir de mi abstención de décadas para depositar en las urnas un voto de esperanza. Y ser el primero que cumpla con la parábola bíblica de no echar vino nuevo en odres viejos, ya que se echa a perder el uno y revientan los otros.
No deseo que mi tierra sea el perro apaleado que se conforma con un hueso roído que le arroja el amo según su humor. En alguna ocasión habremos de torcer el rumbo del destino. Busquemos la Mesa de Salomón y que Eslava nos guíe. Quizá al encontrarla descifremos que la palabra que nos esperaba a los giennenses no era el nombre de Dios, sino algo mucho más humano: coraje. ¡Coraje, pues, conciudadanos!
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