No te va a gustar lo que te voy a decir porque tu cerebro está pendiente de recibir atención ante un problema, pero, seguramente, has ... vivido o vives atrapado en la queja. Algo que quizá, tiene una solución más clara de la que crees, pero que, ocupó u ocupa todo tu tiempo y pensamiento, cambiando tu vida, para siempre: «Cobro poco. Mi pareja no me quiere. Mi padre me grita. Mi hermana no me hace caso. Pasan cosas en mi empresa que no son justas. Mi vida es injusta». Estos son duros y por desgracia, habituales testimonios que nos produce está sociedad. Está reflexión no pretende invalidar ni echar abajo las frustraciones de nadie, pero, si es cierto que, si vives atrapado en la queja continua, es porque aún no sabes solucionar tus problemas y por tanto, salir del laberinto.
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La queja es la excusa perfecta para hablar siempre del protagonista de este siglo, el estrés.
Déjame decirte que nosotros tenemos parte de responsabilidad. ¿Cuando? Cuando perpetuamos el estado alterado que nos instala en la culpa a través del rol de víctima. La queja continua nos impide buscar soluciones, sencillamente no avanzamos. Vivimos atrapados en esa frustración, y, muchos han perdido el camino hacia las preguntas importantes de la vida cuando esto ocurre, aquellas que despiertan nuestra fórmula mágica para actuar. Nuestra chispa.
Tales como: ¿Qué te hace realmente feliz? ¿Qué necesitas? ¿Cómo puedes conseguirlo? Esto, deberíamos preguntarnos cuando algo no nos gusta, porque puede haber queja, si, pero también solución, solo que, cuando nos instalamos en la queja, nada avanza, y adoptamos el rol de víctima.
Según Epicuro: «Si el problema tiene solución, ¿De qué te quejas?; por otra parte, si el problema no tiene solución, ¿De qué te quejas?»
El problema está en que hemos normalizado vivir con frustración.
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La repetida queja es la señal de haber normalizado el malestar, llegando únicamente a sentir una falsa sensación de placer y tranquilidad de esta manera, debido a la atención que recibirás de parte de los demás.
Si te quejas y te hacen caso, aunque no soluciona nada, te basta. A partir de ahí, es posible que prolongadamente concatenes cualquier hecho a tu larga lista de quejas, y tras recibir atención, te sientas que están abordando tu problema, pero realmente no se está mediando una solución.
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Mi padre solía decir: «Soluciones, no problemas». Sostener la queja y no dar solución es un problema, uno muy grande que genera un ambiente negativo y una visión nefasta de las cosas. Cuando escuches los problemas de los demás, te parecerán que no son importantes en base a los tuyos. Nada será más importante a lo tuyo. Solo hablaras de tu constante queja, una de la que nunca te atreves a plantear solución.
Hay gente que se aburrirá de escucharte quejar. Detectar a aquellos que sacan lo mejor de ti será importante. Si algo te perturba, si percibes que llevas un tiempo extra encerrado en el laberinto de la culpa, suelta el ovillo de oro que te lleve a la salida de nuevo con estas preguntas: «¿Qué te hace realmente feliz? ¿Qué necesitas? ¿Cómo puedes conseguirlo?» Y ve a por ello. Líbrate de aquello que te haga daño, te moleste, te frustre o no te haga ser. Y tú a veces dirás: «Es que eso implicaría perder gente»
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Exacto porque es tu miedo quien habla, quien te dice «quéjate pero no hagas nada».
Lo lógico es perder gente que no nos beneficia en el camino. Poner gente en su sitio, marcar límites, explicarle a los demás, tu guía de instrucciones para tratarte. Y espero lo hagas con tu jefe, tu pareja, tu padre, tu amigo o quién haga falta.
No más quejas.
Repítete estas preguntas, rodéate de gente que las formule y cambia tu mundo, te alejerás del rol de víctima, detectarás con tu propio oído cuando caes en la culpa, y saldrás del laberinto.
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