Hace muchos años ya, cayó en mis manos un librito del filósofo de la Ciencia, Alan Chalmers, ¿Qué es eso llamado Ciencia?, que ofrecía una ... sugerente vivisección de la Ciencia como sistema de pensamiento. Lo atesoré durante mucho tiempo junto a otro pequeño ensayo de asunto parejo, La Creación, del químico británico Peter Atkins. Una deliciosa mirada extraña y provocadora de la naturaleza del Universo físico, que transitaba desde lo familiar y reconocible hacia lo abstracto y formal de la Ciencia. Las traigo aquí, y ahora, porque el asunto que nos ocupa se podría concretar muy bien parafraseando, precisamente, la propuesta de Chalmers: ¿Qué es eso llamado Ciencia y por qué queremos divulgarla en el Ateneo de Granada?
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Podríamos decir que la Ciencia es un pacto entre personas para dirimir diferencias de opiniones acerca de la naturaleza de las cosas y sus dinámicas asociadas mediante un principio muy sencillo que podríamos enunciar así: «si sigues con pulcritud, honestidad y desapasionamiento el hilo de mis razonamientos y evidencias, prometo que alcanzarás idénticas conclusiones, sin otro asidero que tu propio intelecto. Sin otra servidumbre que tu razón. Sin hilos directos con supuestas divinidades a las que solo unos pocos privilegiados y visionarios tienen acceso. Pero si tu desenlace fuese diferente, o si detectaras errores en mis razonamientos o evidencias, tendrás el derecho y el deber de refutar mis opiniones y de proponer otras alternativas, avaladas con las tuyas. Y compartiremos el proceso con otros para, sinérgicamente, alcanzar el conocimiento que buscamos. Y en esa búsqueda no cabrán violencias ni creencias. No cabrán pasiones ni fidelidades. Solo la serena batalla de los intelectos, las evidencias y las razones».
Ciertamente, la Ciencia real es, como todo lo humano, y como hubiera dicho mi querido amigo Paco Muñoz, del Instituto de Paz y Conflictos, una «Ciencia imperfecta».
Pero aun siendo esa «Ciencia imperfecta», nuestra historia −la historia de la humanidad−, plagada de guerras de religiones, de economías, de ideologías, de culturas, de etnias y de emociones, no ha conocido, sin embargo, ninguna «guerra de ciencias», más allá, quizá, de algún calentón aislado que otro, entre pitagóricos airados, sin mayores consecuencias. Y eso sí, mucha leña de científico para la hoguera.
Un pacto, el de la Ciencia, que podría servir como modelo para, como sin duda diría Paco, «hacer las paces». Algo que, indudablemente, no nos vendría nada mal en un mundo como éste, cada vez más desquiciado.
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¿No es este, entre otros muchos, un buen motivo para divulgarla?
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