Halloween

Puerta Real ·

Cada año algún obispo se lamenta de las exageraciones de Halloween y recuerda que el mundo cristiano tiene la fiesta de los difuntos y la de los santos

María DOlores Fernández-Fígares

Miércoles, 3 de noviembre 2021, 00:58

Recuerdo mi sorpresa al descubrir, en un pueblo perdido por la España 'profunda', un cartel anunciando la fiesta de Halloween, hace muchos años, cuando no ... había autovías y cruzábamos los pueblos. ¿Cómo ha llegado hasta aquí esta fiesta gringa? pensé. Eso fue hace muchos años y desde entonces, la fiesta en cuestión, que procede del mundo anglosajón, se ha generalizado con todas las variedades posibles. En el supermercado de mi barrio sin ir más lejos, había unos 'adornos' en forma de tules con lo que parecían unas arañas enredadas, no sé si para provocar miedo al alza de los precios que vemos por todos lados. Hasta los más tradicionales han sucumbido a la parafernalia de Halloween, véase, o más, óigase Radio Clásica, que dedicó para la ocasión un espacio a música relacionada con fantasmas y espectros. Menos mal que la música es más libre y te deja que asocies cada pieza con lo que quieras o sientas.

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Esta fiesta corresponde al calendario celta, con el nombre de Samhain, que celebra el fin del verano, o sea que es una fiesta pagana. La tradición milenaria de origen irlandés establecía que en el otoño se abría la posibilidad de que los muertos se encontraran con los vivos. Como no todos los espíritus son benéficos y los hay también bastante malvados, la gente se disfrazaba para que no los reconocieran y así librarse de sus maldades, envueltas en pactos con el diablo, raptos y demás acciones terroríficas: si tú aparentabas ser un sangriento asesino, el espíritu de ese te dejaría en paz y se buscaba a otro de aspecto humano vivo. Parece ser que fueron los emigrantes irlandeses en Estados Unidos los que trasladaron su fiesta milenaria a América, como una marca de su identidad como pueblo en otro que les era ajeno con sus puritanismos y demás.

El cine y la televisión hicieron el resto, es decir, banalizaron una interesante manera de plantear hasta qué punto los vivos y los muertos no somos tan ajenos como creemos. Y sobre todo, se ha perdido una buena oportunidad para aprender a afrontar la muerte, como una de las pocas certezas que tenemos los humanos, es decir, que un día vamos a morir aunque no sepamos cuándo ni dónde.

Cada año algún obispo se lamenta de las exageraciones de Halloween y recuerda que el mundo cristiano tiene la fiesta de los difuntos y la de los santos. Esta vez ha sido el de Orense, que ha sugerido que, en vez de disfrazarse de muertos vivientes, fantasmas terroríficos, o ponerse cuchillos de goma en la cabeza, los jóvenes se disfracen de 'santos', a los que cada cual tenga devoción para evitar que la muerte se tome a broma, cuando es algo muy serio. Hasta ha sugerido cambiar Halloween por Holywin (los santos ganan).

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No sé si alguien ha aceptado esta sugerencia santificadora de la fiesta, por lo menos en Orense, pero me atrevo a adivinar que habrán sido pocos los fieles que la hayan seguido. Tenemos antecedentes con otras fiestas desvirtuadas, como la Navidad, con las quejas sobre el consumo desaforado. Y ahí seguimos.

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