El Granada CF perdió contra el Mánchester, pero mantuvo el pulso, según los entendidos. Fue una noche para recordar. Esa fue la cara. La cruz, ... el tipo en bolas corriendo por el campo de Los Cármenes. Hace años todo pueblo que se preciara tenía un tonto, como tenía un alcalde, un alguacil o un herrador. Era una de las señas de identidad de la colectividad. Ahora, la preocupación de los científicos es que, con el cambio climático, los tontos están creciendo exponencialmente y ya tocamos a más de uno por pueblo. Se desconoce si es por el calentamiento global o por la poca calidad del semen, pero las evidencias indican que, junto a los lelos de toda la vida, están apareciendo visionarios, videntes, profetas y algún que otro loco. Proliferan de tal modo que hasta se dejan ver ya en los aledaños del poder constituido. Granada no se queda a la zaga en cuanto al número de pirados. Es más: comparada con ciudades de su tamaño, tiene un plus de majaras. O de majarones, que es vocablo más rotundo. El majarón o maúro forma parte del paisaje, como los maceteros de la calle Reyes, los patos del Genil, las meadas de perro, o las despedidas de Miguel Ríos. El tiempo pasa, pero ellos permanecen. Aquí tuvimos al Siete Camisas o al Mananas, que en su época formaron parte del paisaje capitalino, junto a otros tronados que se dejaban ver en procesiones, domingos y fiestas de guardar.
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El relevo al frente de este colectivo singular de excéntricos lo tomó meses antes de la pandemia el exhibicionista de marras, que en invierno y en verano pasea sus vergüenzas por la Carrera del Darro, Alhambra, Gran Vía y Catedral. Dicen que lo hace a modo de protesta para reivindicar la paz mundial y la sostenibilidad del medio ambiente. Con este brillante currículum, la criatura quiso revalidar su título el jueves pasado dejándose ver en pelota picada corriendo por el estadio... y sin mascarilla. ¡Qué dirán Marlaska y Darias! Pasó catorce horas escondido bajo una lona esperando su momento de gloria. La carrera y los revolcones por el césped del menda han pasado ya a los anales de la capital donde todo es posible. En Mánchester no se habla de otra cosa.
Me cuentan que para el partido vino mucha gente de Inglaterra. No sé si fueron cien o dos mil, pero como estamos ahora tan caninos de turistas no se falta a la verdad diciendo que fueron 'muchos' aunque cupieran en un autobús. También me cuentan que esos 'muchos' aprovecharon el viaje para ver la Alhambra y darse un garbeo por Granada, donde pudieron constatar que sus calles andan pidiendo un baldeo para mostrarse decentes. Nos hemos acostumbrado a convivir con las meadas perrunas, las colillas, los chicles, los papeles, los salivazos y las mascarillas usadas y lo asumimos con la misma pasividad con que aceptamos el careto de Simón en los telediarios. Esa cutrez ya forma parte del paisaje urbano, pero no pasa el filtro sensorial europeo. No hay que esperar a que Pablo Iglesias cobre su indemnización como vicepresidente de un inmenso vacío, para lavarle la cara a Granada si sigue aspirando a Capital Europea de la Cultura para 2031. No podemos dejar que caiga toda la responsabilidad de impulsar la singularidad de nuestra ciudad sobre los hombros de un tío en pelotas.
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