Mitologías españolas: la Virgen María

Francis López Guerrero

Lunes, 3 de febrero 2025, 23:01

Había un tiempo alternativo y paralelo en que la historia no existía, los documentos sólo conocían las hojas de los árboles y la imaginación no ... cristalizaba en mezquindades. Los hechos chapoteaban inocentes en el légamo del reino de las madres, de las verdades primordiales. La materia era soporte y no comportamiento. Los hombres y las mujeres se sucedían al margen del daño y la cultura de la protección era el primer dios.

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La Virgen María se aparecía a los niños pobres las mañanas de sábado en los descampados sin nombre, que respiraban aliviados al sentirse liberados de esa fiebre endiosada de querer nombrarlo todo con artificiosa precisión con el fin de su posesión. Sin nombre. Sin identidad. Una mañana de sábado. Con la Virgen en medio, que tiene un montón de nombres y un sinfín de pronombres conquistados. Las mañanas de sábado son pintiparadas para el prodigio porque tienen el aire pintado de plata para el ritual: los colegios cerrados y los cielos abiertos, el único ascensor social que le queda a los niños pobres. Las escuelas públicas ya no elevan con el conocimiento, degradan con memeces pedagógicas.

Las apariciones no tenían hora fija, sólo ocurrían lo sábados por la mañana, único dato contrastado; ni apenas estaban registradas por escrito. Eran patrimonio de la oralidad y de los cuatro vientos cardinales que se cruzan en un punto insospechado que imanta a los espíritus y enjaula al cambio climático en vez de a los pájaros. Nuestra espiritualización a partir de lo cotidiano es inversamente proporcional a nuestra codicia. La pugna de la elevación con el utilitarismo está servida desde el principio de los tiempos. La elevación se considera fábula, mentira. El utilitarismo funciona como una auténtica religión con sus sacerdotes, sus cultos y sus feligreses.

Los sábados la Virgen María se aparecía rubia y azul a los niños pobres en los descampados sin nombre, no han trascendido muchos detalles más, según los libros apócrifos que leían los hombres ricos. Rubia y azul se aparecía, como una valquiria católica, extrañada y desubicada entre la teología y las paredes de los dormitorios, deseosa de parajes naturales. Como una donna angelicata que consagra a los amantes antes del Juicio Final. Como un hada madrina en un cuento perdido de los hermanos Grimm. Rubia y azul, se sacaba una entraña y amamantaba de azulidad a los niños pobres, a los que ponía supraterrenos y creíbles. Lo de la visibilidad es un triste relato político. Los niños ricos en sus cartas a los Reyes Magos pedían como juguete a la Virgen de los descampados sin nombre.

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El sueño de Occidente ha sido siempre femenino y ha deambulado a tientas entre el cielo abierto y la tierra cerrada. Nuestra corazonada cultural en pos de un ideal de vida superior ha encontrado secularmente la mediación de una mujer al otro lado de nuestras miserias.

En realidad, según las últimas investigaciones, o según los últimos relatos interesados, la Virgen María era anárquica e inconstante en sus apariciones. Únicamente se aparecía cuando cerraban las convenciones y los organismos oficiales. Y lo hacía cuando le daba la gana y como le daba la gana, porque el orden era contrario a la pureza. Había momentos en que contaron que se aparecía, y era mentira, y hubo momentos en que se apareció y pasó inadvertida. Los más radicales la llegaron a describir como una vieja sonámbula, canosa y harapienta, que vagaba por los descampados urbanizados donde ya no jugaban los niños pobres. Cuentan incluso que ya hasta se aparecía en las habitaciones de los niños ricos vía satélite, con una lágrima de plata en la mejilla y una sonrisa Mona Lisa.

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Hay un tiempo simultáneo y perplejo que transcurre por las venas, sometido por la tiranía de la virtualidad y el desprecio de la realidad, en el que las palabras han perdido su sencillez reveladora y la historia es un círculo con rima y la línea recta del progreso un engaño de las élites (los dioses) para que las gentes en su anonimia y privacidad (las personas) soporten el peso gordinflón de los hechos. Y la pobre Virgen María escuchando súplicas y ejerciendo de intercesora entre el cielo abierto y la tierra cerrada.

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