Cine, F16 y Barbie
El cine más profundo y por supuesto la literatura más auténtica estadounidense de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo nos pueden hacer reflexionar acerca de la mirada que, de seguir en pie nuestra civilización, pondrán sobre nosotros las generaciones que vengan después, si no frenamos ya el desastre
Muy a menudo, al ver las películas norteamericanas de los años cincuenta y principios de los sesenta, he reparado en el hecho de que en ... muchas de ellas, las de mayor hondura y dramatismo, cobraba especial relieve la figura del padre. Claro que esto tenía su origen en las obras teatrales o en las novelas que inspiraban los guiones. No soy un crítico cinematográfico y no me detendré a examinar caso por caso, pero puedo citar aquí ahora, de memoria, media docena de títulos que ejemplifican lo que voy refiriendo: 'Horizontes de grandeza', 'Al este del Edén', 'De repente, el último verano', 'Esplendor en la hierba', 'Rebelde sin causa', 'Deseo bajo los olmos'… En todas estas películas se nos presentan de manera muy ácida uno o dos modelos de padres muy diferentes: el más usual es el del padre autoritario, exigente hasta el paroxismo con sus hijos y con quienes se encuentran a su servicio, un déspota ambicioso que sólo desea perpetuar su estirpe y engrandecer sus ya inmensas propiedades. Frente a ese modelo de padres, aparecen hijos débiles y desdichados a causa de la incomprensión y de la imposibilidad de satisfacer las pretensiones paternas. El otro modelo, por el contrario, se halla representado por ciertos padres insignificantes, a veces dominados por sus esposas e incapaces siempre de aquietar el desasosiego espiritual de sus hijos.
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Después de observar todo esto en las magníficas interpretaciones de veteranos actores como Charles Bickford, Burl Ives u Orson Welles entre otros, me he preguntado si en las tramas y los guiones de esas obras no existía un reproche inconsciente por parte de los escritores, de los cineastas y también del público que acogía estas películas, hacia la generación que los precedió y que había llevado al país a una guerra atroz. La sociedad estadounidense se había llenado de viudas, huérfanos y hombres mútiles y, pese a la abrumadora propaganda, belicista primero y triunfalista después, una gran parte de la gente no entendía o no aceptaba que toda la nación se hubiera metido en una contienda librada en un continente lejano. De ese hondo sentimiento de orfandad y rabia nace, pues, la obsesiva presencia de la figura paterna en la cinematografía de entonces. Esos padres que aparecen en las cintas de la época con su egoísmo y su megalomanía o también con su pusilanimidad conducen irremisiblemente a la juventud hacia el fracaso. Y por ello se nos presentan como personajes odiosos, destinados a veces a destruirse entre ellos mismos, como en la película 'Horizontes de grandeza¡, a fin de que las nuevas generaciones puedan encontrar la calma. Y esa sociedad herida (castrada a veces como podemos intuir en 'La gata sobre el tejado de zinc') por el pasado reciente y por la decisión de sus mayores de haber participado en la guerra, siente el complejo de culpa de rebelarse contra ellos. De ahí que otra de las variantes del tema que nos ocupa sea la de la reconciliación entre el hijo y el padre, tal como lo vemos, por ejemplo en 'Al este del Edén'.
A mediados de los años sesenta, la sociedad estadounidense parecía haber superado esa fractura intergeneracional, pero en seguida el capitalismo feroz arrastró al país a nuevas guerras: Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Siria… Y con ello el espíritu crítico de los ciudadanos desapareció. El antimilitarismo del movimiento hippie de los años sesenta fue un suspiro apenas.
Hoy, esa sociedad norteamericana se encuentra plenamente identificada con su ejército. El poder de los medios de comunicación (por lo común al servicio del capital) hace que las gentes vean con normalidad e incluso con admiración toda la gran maquinaria preparada para matar. Los presupuestos militares dejan muy atrás a los de la sanidad o a los de la educación. Esta misma tarde he leído que EE UU ha autorizado a sus comparsas el envío de aviones F16 a Ucrania. Entre un bando y otro, en esta guerra hay ya más de medio millón de víctimas, pero no parece existir modo alguno de parar esta locura colectiva que no es tal, sino un plan perfectamente concebido por los poderosos de este mundo. De continuar esta escalada, la OTAN entrará más de lleno en el conflicto y las consecuencias pueden resultar apocalípticas.
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El cine más profundo y por supuesto la literatura más auténtica estadounidense de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo nos pueden hacer reflexionar acerca de la mirada que, de seguir en pie nuestra civilización, pondrán sobre nosotros las generaciones que vengan después, si no frenamos ya el desastre.
Pero acaso el problema consista en que al público de nuestro tiempo no le interesa el pensamiento crítico de hace setenta años ni el mundo actual que se despedaza a su alrededor, sino Barbie y sus asuntos.
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