Ni feminista ni vegano
La perfecta metáfora de la mentira que venden las empresas entregadas a la presión de ingeniería que marca la izquierda vegana: todos a comer espinacas, pero con sabor a carne
Dentro del actual catálogo de prototipo de ciudadano que la izquierda reaccionaria quiere imponer, ser feminista estaría como etiqueta número uno. Después, por supuesto, ser ... republicano, para declararse acto seguido como fiel ecologista y prepararse para renunciar a la carne y ser vegano. Es decir, feminista, republicano, ecologista y vegano: así es el feligrés ejemplar de la nueva secta progresista del siglo XXI, donde la izquierda ha dejado de ser sinónimo de libertad y democracia para convertirse en tejedores de burkas mentales y políticos.
Publicidad
Llama la atención como en este objetivo de reprogramación social no solamente juega un papel clave el poder político, sino que tiene como cómplice necesario e imprescindible el poder mediático. No hay más que ver como de un tiempo a esta parte estamos siendo machacados día y noche con spots publicitarios para que consumamos productos veganos, y no solamente en la comida sino también hasta en la forma de vestir, porque según ciertos cerebros privilegiados hay zapatillas de correr veganas y ropa vegana. Dentro de esta espiral de locura es curioso como los que piden renunciar a la naturaleza carnívora del ser humano aseguran que toda la comida vegana, como las hamburguesas de tofu o de lentejas, tienen un sabor 100% carne, cuando debería de ser todo lo contrario: si renuncias a la carne no puedes intentar imitar en todo lo posible su sabor. Al menos yo esto lo veo como la perfecta metáfora de la mentira que venden las empresas entregadas a la presión de ingeniería que marca la izquierda vegana: todos a comer espinacas, pero con sabor a carne. El colmo de la estafa es ese anuncio de guisantes y verduras donde salen dos niños vestidos de mamarrachos y encantados de comerse el potaje verde que le prepara la madre.
Pero más allá de esta guerra contra la más elemental libertad de la persona para comer lo que quiera, que en nuestro caso justifica el sueldo del ministro sin cartera Garzón, no existe una etiqueta más arrolladora y totalitaria que el nuevo feminismo integrista. Si a mí me preguntaran, actualmente, si soy feminista, siendo sincero tendría que responder que no, que no soy feminista, porque hace ya muchos años que el feminismo liberal del siglo pasado que luchaba por la innegociable igualdad entre hombres y mujeres se ha transformado en una apisonadora ideológica donde ya no busca la igualdad, sino el privilegio, ni defiende la dignidad de la mujer sino el odio al hombre. Habrá quien me dirá que esto solo es una forma radical de una minoría feminista, pero no hay más que ver como aquellas mujeres- y muchos hombres- que han hecho del feminismo un negocio, no tienen reparos ni límites a la hora de imponer una visión de la sociedad totalmente enfrentada entre aquellos que aceptan su feminismo como borregos obedientes, y los que no están dispuestos a pagar con sus impuestos que la talla 38 nos apriete el chocho.
La derecha liberal y los pocos intelectuales de izquierdas que quedan con neuronas activas han dejado, una vez más, que sea Vox quien se dedique a luchar contra esta imposición sacramental del feminismo republicano ecologista de la nueva religión izquierdista. Poco a poco nos encontramos con que solo puedes ser buena persona y buen ciudadano si aceptas los marcos de identidad que dicta la izquierda vegana. No podemos aceptar como progreso que hace 50 años hubiese más libertad y más democracia que en nuestros días. En el siglo XX la izquierda trajo el estado del bienestar y democrático, pero en este siglo tenemos que tragar con una izquierda que por mucho que diga que sabe a izquierda no es más que una versión edulcorada del totalitarismo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión