El salvaje atentado terrorista perpetrado por Hamás el siete de octubre de 2023 provocó la muerte de 1200 ciudadanos israelíes –entre ellos 36 niños– y ... un secuestro de 251 personas –200 ya liberadas y 51 que quedan aún secuestrados–.
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La reacción israelí fue inmediata y los acontecimientos que siguieron son de sobra conocidos: van 65.000 palestinos muertos, la mayoría de ellos por los bombardeos, pero una proporción no desdeñable, por la hambruna intencional y sádica a la que el ejército israelí somete a la población gazatí. Un genocidio en toda regla en pleno siglo XXI.
Un atentado terrorista que deja 1.200 muertos y 251 rehenes secuestrados es un acto de factura muy compleja que requiere una organización y una coordinación previas que implican a mucha gente: se calcula que a unos 6.000 militantes. ¿Cómo evitar filtraciones, traiciones, o delaciones de algunos de esos 6.000? Es difícil de creer que los servicios secretos más eficientes del mundo no estuvieran al tanto de lo que iba a ocurrir. Por eso, sigue siendo razonable la sospecha de que Israel sabía lo que iba a pasar.
Dicho eso, es tal la atrocidad en Gaza que invisibiliza y encubre casi por completo, otra atrocidad que no es baladí: me refiero a la que acontece en Cisjordania.
Cisjordania fue ocupada en 1967 por el ejército israelí tras la guerra relámpago de «los seis días». En la actualidad no es Hamás, como se sabe, quién gobierna Cisjordania, sino que a una parte de Cisjordania la gobierna la Autoridad Nacional Palestina, mientras otra parte está bajo ocupación israelí.
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Desde 1967 Israel ha incumplido sistemáticamente la resolución 242 de ONU, que no reconoce territorios ocupados ni anexionados por el uso de la fuerza y que «obliga» a devolverlos.
Pero es tal la bestialidad que día a día ejerce Israel en Gaza desde hace dos años, que prácticamente pasan desapercibidos los horrores que los colonos israelíes infringen a los palestinos de Cisjordania: les matan el ganado, los dejan sin agua, les destruyen las viviendas, y los matan a ellos mismos, sabedores de que nada de eso les traerá consecuencias serias. Que un judío mate a un palestino en Cisjordania le supone una noche en prisión y dos días de arresto domiciliario.
Los asentamientos aumentan exponencialmente y por resistencia que hayan mostrado los palestinos, casi 1.700 de ellos han desistido y han acabado abandonando sus tierras y sus casas por hacérseles ya insoportables las agresiones y el acoso a los que ha sido sometidos por los colonos que actúan desde la impunidad. Las nuevas viviendas que se construyen sobre las de los palestinos expoliados son rápidamente legalizadas y en poco tiempo no queda rastro de que esa tierra perteneció a otra gente.
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En contra nuevamente del derecho internacional, Israel va a construir –por descontado que con el uso de la fuerza y la violencia– 3.400 viviendas, que dividirán Cisjordania por la mitad. El efecto de eso será el de dar al traste con el viejo, pero en la práctica se ha demostrado que irrealizable, sueño para los palestinos: la solución de los dos Estados en esa tierra, uno israelí y el otro palestino.
Añadido a eso, más de 900 palestinos han sido asesinados en Cisjordania desde el siete de octubre de 2023. En contrapartida, la violencia reactiva de los palestinos en esa zona ha provocado 39 bajas israelíes, entre militares y civiles.
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El atentado terrorista de Hamás ha sido utilizado como excusa para terminar el plan que siempre estuvo en el sentir sionista y que empezó a comienzos del siglo XX: expulsar a los árabes que vivían en Palestina y adueñarse de todo el territorio. Ya en 1947, David Ben-Gurión, el primer primer ministro del Estado de Israel, aceptó provisionalmente el plan de partición de ONU que asignaba el 55% a un Estado judío, pero dejó dicho que «las fronteras del Estado judío no son definitivas»
Se podría pensar que la inmensa atrocidad que la Alemania nazi cometió contra el «Pueblo del Libro», podría explicar el rencor, la crueldad y el ensañamiento con los que los gobiernos judíos se han despachado con los palestinos desde 1948. Pero hay bastantes pueblos que llevan holocaustos en su memoria colectiva y no muestran esa crueldad desaforada. Fueron dos millones de armenios exterminados por los turcos otomanos en 1920; la hambruna (el holomodor) de 1933 en Ucrania provocada por Stalin, supuso casi siete millones de muertos; los jemeres rojos mataron dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979...
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En el mandato contra los amalecitas, Yavé ordena a su pueblo: «Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos» (Samuel 15:2–3). Netanyahu está cumpliendo ese mandato a «pies juntillas»; simplemente ha sustituido Amalecitas por palestinos.
Las futuras generaciones de europeos se avergonzarán y sentirán culpa por la pasividad con la que sus abuelos contemplaron el genocidio de los palestinos. Tal y como la cristiandad occidental ha vivido el exterminio de los judíos en la Alemania nazi: con remordimientos y cargo de conciencia.
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