Exaltación de lo cercano
La Zaranda ·
Como escribía Jaime Gil de Biedma, la vida iba en serio y hemos contado con una oportunidad inigualable, una bola extra, para entender que todo comienza desde aquí hasta el infinito y no al revésHasta hace muy poco las ilusiones de una gran mayoría se fijaban en la lejanía, tanto espacial como temporal. La prueba de ello nos remitía ... a los miles de aviones que cruzaban el cielo a diario y en la cantidad de hipotecas a treinta años que se firmaban. Lo más importante y atractivo nos esperaba a miles de kilómetros o nos envolvían en una vorágine difícil de evitar para intentar tener más de lo que verdaderamente podíamos, pero que de manera ávida e hipnotizante se nos hacían creer que en verdad se trataba de necesidad. Una vez solventada la necesidad de una primera vivienda, caso de que se pudiese, se creaba otra que demandaba una segunda a ser posible en playa o montaña, un segundo coche o uno nuevo, viajes a plazos, compras innecesarias a más plazos. El placer se asentaba en el medio, no en el fin. Consumismo, desubicación, mercantilismo salvaje, menosprecio de aldea.
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De pronto, la situación zozobró a partir de la quiebra de Lehman Brother y nos soltó un revés de realidad. Los esqueletos de construcciones se alzaron como recuerdo de lo que se apreciaba de manera incostentable como un error. Una apuesta tan frágil no podía marcar la línea funambulista de tantas vidas. Un vecino, trabajador, llegó a decirme en aquel instante que vivíamos mejor que los ricos. El personal viajaba hasta Sudáfrica, Nueva Zelanda o Hawai con una soltura impresionante. El triunfo consistía en coleccionar fotos de lugares recónditos con tu rostro feliz. El individualismo propio de los mimbres salvajes y consentidos que lo sustentaban podía mostrar un velado asomo hacia lo efímero, pero se contrarrestaban con un espejismo de 'no pasará'. Y pasó. Y fue peor hace unos meses, cuando todo se desmoronó al caer las veladuras por un bicho invisible, quién lo diría.
De pronto hemos caído en que lo que nos rodea se desmorona, Hamlet en Dinamarca, y hay que tomar decisiones. Quién iba a imaginar que nuestra prioridad de visitar a los masais consistiría en hacer acopio de papel higiénico, que nuestro gusto por los caros vinos franceses se reconvertiría en emoción por una lechuga del huerto del vecino, que la vista de los estanques del Taj Mahal no envidiaría a la presencia 'in situ' de una balsa de río, como la de la niñez y una piscina en casa rural desbordaría a un 'spa' de Tailandia.
Pasamos de intentar conocer gente en la ruta de la seda o en la casa de Kafka a valorar una vecina anciana a la que no saludábamos, pero que comenzó a ser interesante porque había vivido una vida peculiar, como la de otros vecinos antes invisibles. Y debemos haber aprendido que nuestro hospital más cercano, nuestra escuela, nuestro entorno, deben ser mimados, porque, como escribía Jaime Gil de Biedma, la vida iba en serio y hemos contado con una oportunidad inigualable, una bola extra, para entender que todo comienza desde aquí hasta el infinito y no al revés. ¿Hemos aprendido?
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