Puerta Real

Velatorio en el cielo

Mirar el cielo cuando llega la noche está en desuso y sólo queda esta temporada de las Perseidas para levantar la vista hacia el firmamento

Sábado, 2 de agosto 2025, 22:50

Agosto se hizo para inundar los pueblos de festejos. Este mes se abren las plazas de toros para cumplir con el arte de la tauromaquia ... o para dar conciertos a veces insufribles. Como aperitivo de tal turbión de ruido y de jolgorio vienen las lágrimas de San Lorenzo, o de las Perseidas, como prefieran llamarlas. Dicen los forofos de este espectáculo milenario y gratuito que los mejores cielos para verlo son tan oscuros como la pena. Cuando llega esta maravillosa lluvia fugaz de luz brillante y silenciosa, uno de los deportes que despierta más afición es el de tumbarse sobre una manta y elevar la vista. Se suele practicar en pareja o en grupos de amigos, que llegan a una especie de orgasmo lírico al ver una de esas estrellas cruzando el firmamento. Los mejores lugares para esta extraordinaria actividad van desde el Llano de la Perdiz a la Alpujarra y desde el Geoparque hasta el observatorio de la Sagra. La atmósfera en esos lugares está tan limpia que muchas noches pueden verse las gotas de leche de la cabra Amaltea, nodriza de Zeus, que va regando el cielo con esa crema. En sus márgenes, algunos veían a las lavanderas celestiales tendiendo las camisas de Zeus, los calzoncillos de Cronos o las bragas de las Hespérides. Pese a que este espectáculo es gratuito, eso de mirar el cielo cuando llega la noche está en desuso y sólo queda esta temporada de las Perseidas para levantar la vista hacia el firmamento. Hasta hace poco, tener la atmósfera tan limpia como la que vivieron los de Orce hace un millón de años era señal de respeto a la naturaleza, algo que a los enemigos de la contaminación lumínica, les llena de orgullo.

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Enemigos o no, esta semana veremos que mucha gente se dirige a esos lugares solitarios para ver el paso fugaz de las Perseidas que les traen la memoria de la vida vivida, como si de un velatorio se tratara. A los observantes de este fenómeno les llegan los últimos acordes de la música de los setenta, o les obliga a recordar los cafés en veladores de tardes borrascosas, las cervezas con falsas amistades, el vermú del domingo, la quietud del estanque para el riego, o los abrazos de los abuelos muertos. Todo eso que avisa del fin del tiempo que les tocó vivir y que ahora acaba, sin cantos de alborada, sin jotas en la plaza, sin cocinas de puchero y lumbre. Todo viene sin ruido, como un paisaje sordo, como un silbar sin aire, como el plato vacío junto al hambre de siglos. Vienen también a la memoria las primeras gotas de la lluvia tardía, del perezoso otoño, de los días breves y las noches luengas, de faroles hundidos en niebla del último tren que se llevó el destino y los sueños. El ritmo de estas lágrimas es tan elegante y fugaz como el paso de ese carterista que sin darte cuenta se ha llevado tu billetera.

Decía más arriba que en el nordeste de la provincia están los cielos más limpios, sobre todo los del Geoparque en el que la naturaleza ha excavado cárcavas tan magníficas como las de la Capadocia turca. Allí apenas ha dejado rastro la huella humana. Como mucho la meada de algún pastor despistado. Cuando se inauguró el primer tramo del eje eléctrico entre Caparacena y Baza, los barandas anunciaron que se tenderían más cables para «traer a la zona la modernidad, el desarrollo y la riqueza». Por las mismas fechas, también se quiso montar otra autopista de luz por el Valle de Lecrín y se armó un pifostio, porque rompía la belleza paisajística. O sea que a no todos les gusta el cable.

Cuando se cumpla el vaticinio de lo anunciado en Baza, los forofos de las Perseidas ya no verán las camisas de Zeus, ni los calzoncillos remendados de Cronos. A ver si antes de que tiendan esa malla de cables sobre el Geoparque me animo un verano de estos y me voy con manta y catalejo al velatorio de San Lorenzo.

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