Los Goya nos van a traer a Granada a Richard Gere en carne mortal y a Pedro Sánchez en Falcon. Me dicen que ya se ... están realizando apuestas sobre quién de los dos recibirá más aplausos. Yo apuesto por el primero, lo veo como un gran actor, mientras que el otro se asemeja más a un comediante. Como la alergia al polen del ciprés me tiene enclaustrado, he comenzado una novena a Santa Rita, patrona de los imposibles, para que me permita acercarme al Palacio de Exposiciones a fin de contemplar a ambos divos durante su fugaz aparición por este santo suelo. Va a ser un fin de semana memorable, más cercano y amable que la cumbre europea de octubre del 2023 celebrada aquí, pero que sólo pudimos ver a través del plasma de la televisión. Lo de ahora va a ser en vivo y en directo, y esa cercanía hará que el recuerdo perviva durante más tiempo. No faltará el plumilla de turno al que las musas le soplarán al oído que «los Goya han dejado huella» o que «han hecho historia». Y será cierto porque, olvidándonos por un momento de la pasta gansa que le va a costar a la ciudad esta juerga, se trata de un acontecimiento de masas que gusta mucho al personal.
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Nada que ver con aquel virus que también llegó a Granada por estas mismas fechas hace cinco años y que procedía de China, según dijo un inexistente comité de expertos, con el que Sánchez nos estuvo engañando durante el malhadado encierro. Aquello ya pasó, aunque todavía no sepamos si la pandemia la produjo el sopicaldo de pangolín que se preparó un anciano en un mercado de la ciudad china de Wuham o si el maldito bicho se escapó de un laboratorio. Tampoco ha habido aquí nadie que haya comentado el demoledor informe del Congreso de los Estados Unidos sobre las decisiones equivocadas de la pandemia. El documento asegura que «no había base científica para los confinamientos ni para las mascarillas» y que el origen de la pandemia no fue un capricho de la naturaleza, sino un capricho de un laboratorio operado por dos poderosos Estados, los de China y los Estados Unidos. La noticia se publicó hace más de un mes, tiempo suficiente para que el Gobierno o la oposición hubieran dicho algo al respecto. Pero nadie quiere coger el toro por los cuernos. ¡Huy, perdón por nombrar a los astados!, vayamos a que se moleste Urtasun. Mejor acudo al comediógrafo romano Terencio que dijo aquello de «mala cosa es tener a un lobo cogido por las orejas, pues no saben cómo soltarlo ni cómo continuar aguantándolo». En esto del coronavirus y sus causas el lobo está cogido por las orejas, pero nadie sabe cómo soltarlo. Y nadie explica lo que debe explicar.
Pero no seamos demasiado exigentes, porque sus señorías están a tope y no tienen tiempo de traducir y empollar lo que digan los letrados estadounidenses sobre el puñetero virus. El Gobierno no da abasto programando decretos leyes y la oposición se las ve y se las desea para averiguar dónde está la bolita. Porque de eso se trata: Sánchez es maestro en el juego del trile y cambia con habilidad asombrosa la bolita entre los tres cubiletes. A esto lo llama 'sudar la camiseta'. O sea que la lavandería de la Moncloa no para un segundo. En la jugada del decreto ley ómnibus, con ayuda del compadre fugado, ha dejado a Feijóo mirando a Trebujena, haciéndole copartícipe de la entrega de un palacete parisino, propiedad del Estado y sede del Instituto Cervantes, al PNV. Pero tranquilos, que no cunda el pánico. La Alhambra no la ha pedido formalmente nadie. Todavía.
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